sábado, 31 de diciembre de 2016

El Beato de Tábara - Historia del códice del Archivo Histórico Nacional


El presente artículo se corresponde con la publicación del mismo título editada por el Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo” en el año 2017 con ocasión de las “Jornadas sobre los Beatos Medievales: una herencia compartida”. Tábara, 31 de marzo y 1 de abril de 2017. © C.E.B. “Ledo del Pozo” y Rafael González Rodríguez.

El llamado Beato de Tábara es una de las piezas más notables del Archivo Histórico Nacional. Recientemente, ha sido incluido, junto otros ejemplares del Comentario al Apocalipsis de San Juan atribuido a Beato de Liébana, en el “Registro de la Memoria del Mundo”; una lista elaborada por la UNESCO para preservar el patrimonio documental y crear una mayor conciencia colectiva sobre su importancia.

Al margen de su valor intrínseco, el Beato de Tábara es mundialmente conocido por la famosa miniatura de su folio final, en la que aparece representada la torre del monasterio y, junto a ella, dos monjes afanados en la tarea de copiar o iluminar un códice. Hasta tal punto esta ilustración del “scriptorium” tabarense ha tomado protagonismo en los estudios de la miniatura altomedieval, que ha eclipsado cualquier otra aproximación a su estudio. Un manuscrito, por otra parte, mutilado hoy hasta el absurdo y reducido a una mínima expresión de lo que realmente fue.

Proponemos en este trabajo un acercamiento a la historia del códice, en particular de sus primeras vicisitudes, desde las informaciones más antiguas de las que tenemos noticia hasta aproximadamente el primer tercio del siglo XX, cuando ya los estudios son más precisos y detallados. Para ello se hace un recorrido por los principales hitos de la bibliografía existente. Sobre esta base, se hacen algunas puntualizaciones, creemos de interés; se corrigen ciertos errores y malentendidos, y se ofrecen algunas perspectivas que, tal vez, puedan abrir nuevas líneas de investigación.

1. Primeras referencias bibliográficas

Para buscar las más antiguas referencias en la bibliografía a nuestro códice hay que remontarse a la segunda mitad del siglo XVIII. Es entonces cuando Enrique Flórez acomete la primera edición de los Comentarios al Apocalipsis atribuidos al monje Beato de Liébana. El padre Flórez, aunque debió conocer directamente o por referencias más ejemplares, manejó principalmente tres para cotejar y componer su edición publicada en 1770: el Beato de San Andrés del Arroyo (Bibliothèque Nationale de France), el Beato Emilianense o de San Millán de la Cogolla (Real Academia de la Historia) y el entonces llamado “Codex Burguensis”, hoy más conocido como Beato de las Huelgas. En la actualidad este libro se custodia en la Pierpont Morgan Library de Nueva York.

El Beato de las Huelgas viene considerándose una copia tardía del Beato de Tábara, pues, de hecho, reproduce en el folio 183r. la miniatura de la torre de su monasterio y en el 184v. una omega final prácticamente idéntica. Tiene la peculiaridad de contar con dos colofones de épocas distintas. El folio 184r. contiene un colofón donde consta la fecha 1220. Por razones que desconocemos se copió también el colofón íntegro del Beato de Tábara del año 970, y esto provocó cierto desconcierto en los autores posteriores.

Flórez se topa con esta suscripción y advierte la no correspondencia cronológica entre su texto y las características formales del libro. Las fechas de composición consignadas (años 968 y 970) no concuerdan con el tipo de escritura de principios del siglo XIII. Esta anomalía le lleva a plantear que el Beato de las Huelgas reproducía el colofón de un manuscrito más antiguo, por entonces desconocido. El erudito agustino transcribió íntegramente dicho colofón, con las alusiones del escriba Emeterio a su maestro Magio, y con ello dejó constancia de los primeros datos conocidos sobre el que denomina “Codex Tabarensis”. El comentario de Flórez, traducido del texto latino original, es el siguiente:

“La fecha del códice del que fue transcrito, deja claro, pues las últimas palabras del libro de la copia antigua escritas en el nuestro lo muestran, que el códice se empezó en el monasterio Tabarense por el presbítero Magio, que muere en el año 968, y terminado por un discípulo suyo, de nombre Emeterio, en el año 970. Estando entonces en uso solamente la escritura gótica, el Códice Burgense todavía no fue transcrito con caracteres diferentes. Por lo cual, conviene dejar claro, que la anotación señalada previamente ha sido tomada del códice del cual se hace la copia. De aquí que el año 970 se ha de atribuir no a nuestra copia, sino al Códice Tabarense”.
E. FLÓREZ - Sancti Beati presbyteri Hispani Liebanensis in Apocalypsin - Madrid, 1770.
El primer recensor reconocido de los Beatos fue el archivero y geógrafo francés M. d'Avezac. Su interés por los mapamundis incluidos en esta obra le llevó a inventariar en 1870 un total de 22 manuscritos. Entre ellos cita, de pasada, el Beato de Guadalupe y el Beato de las Huelgas, ambos por referencias indirectas de otros autores. De este último señala que “es copia del siglo XIII de un arquetipo ejecutado en el convento de San Salvador de Tábara en 1008 de la Era hispánica, o 970 de Jesucristo”.

En 1880 Léopold Delisle publica en París sus “Mélanges de Paléographie et de Bibliographie”, donde dedica un amplio capítulo a “Les manuscrits de l’Apocalypse de Beatus conservés à la Bibliothèque Nationale et dans le cabinet de M. Didot”. El director de la Biliothèque Nationale ofrece un nuevo estado de la cuestión sobre el estudio de los Beatos hispanos y registra algunos de los ejemplares entonces conocidos. Entre ellos se vuelve a mencionar, siguiendo a Flórez, al Beato de las Huelgas, al que considera copia de un modelo hecho en Tábara y “destruido probablemente desde hace mucho tiempo”. Así mismo, relaciona el códice de Gerona con el Tábara, identificando en ambos casos al copista o miniaturista Emeterio: “El antiguo manuscrito al que yo hago alusión, y en el que la obra de Beato está seguida del comentario de Daniel por San Jerónimo, fue empezado en el monasterio de Tabar (sic) por el presbítero Magius, que murió en 968. Fue acabado el 27 de julio de 970, por Emeterius, en el cual es muy difícil no ver la persona del mismo nombre mencionada al final del manuscrito de Gerona”.


2. Ingreso del códice en la Escuela Superior de Diplomática

Como vemos, hasta ahora todas las menciones a nuestro manuscrito son indirectas y basadas en las impresiones de la lectura de una copia tardía de principios del siglo XIII: el Beato de las Huelgas. Pero en 1881 irrumpe el códice original en el panorama bibliográfico con la publicación de la obra de Jesús Muñoz y Rivero: “Paleografía Visigoda”. Debe recordarse, y este es un dato ciertamente importante, que el autor era en estas fechas archivero bibliotecario y profesor encargado de la asignatura de Paleografía general y crítica en la Escuela Superior de Diplomática de Madrid.
En esta obra, un clásico en los estudios de Paleografía medieval, Muñoz y Rivero incorpora la transcripción completa del colofón del Beato de Tábara en lo que llama “Ejercicios de lectura paleográfica”. La descripción que ofrece es muy escueta y en ningún momento habla de un Beato: “Facsímil de un códice escrito en los años 968 a 970, que contiene comentarios al Apocalipsis, y que pertenece a la Escuela Superior de Diplomática”. A continuación inserta un facsímil del folio 167 recto.

Al igual que ocurre con el resto de facsímiles de esta obra, no estamos ante una simple reproducción fotográfica del folio en cuestión, sino ante una copia imitativa hecha caligráficamente por el propio autor. El objeto de estas láminas era fundamentalmente didáctico y debían servir de prácticas a los alumnos de Paleografía.

El autor no suministra más datos sobre el origen del códice, aunque agradece en otro apartado de su libro a Juan de Dios de la Rada y Delgado y a Vicente Vignau, director y secretario respectivamente de la Escuela, las facilidades proporcionadas en los trabajos de investigación. De los 44 facsímiles, el correspondiente a Tábara es el número 7, y es el único del que se expresa la procedencia de la mencionada Escuela.

Colofón del Beato de Tábara en la obra de MUÑOZ Y RIVERO, "Paleografía Visigoda", 1881.
La Escuela Superior de Diplomática de Madrid (1856-1900) tuvo un papel fundamental en la formación de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos en la segunda mitad del siglo XIX; una época en la que las llamadas ciencias auxiliares de la Historia (Paleografía, Diplomática, Epigrafía, Numismática, etc.) estaban definiéndose y sistematizándose. Las cátedras de esta institución fueron inauguradas el 21 de noviembre de 1856 en locales de la Biblioteca y Archivo de la Real Academia de la Historia. Las principales asignaturas impartidas eran: Paleografía elemental o general, Paleografía crítica y literaria, Latín, Bibliografía, Historia de España. Arqueología y Numismática.

Entre el profesorado de la Escuela encontramos a algunas de las figuras más relevantes de la Paleografía, la Archivística, la Arqueología y la Historia de la segunda mitad del siglo XIX, como Antonio Delgado, Vicente Vignau, Ángel Allende Salazar, Eduardo de Hinojosa, Tomás Muñoz y Romero, su hijo Jesús Muñoz y Rivero, etc.

En 1865, con ocasión de la publicación de su reglamento, se reconoce que los medios materiales de instrucción van en aumento “merced a algunas generosas donaciones, y a las adquisiciones por compra que permiten las hasta ahora exiguas cantidades consignadas. La colección de diplomas consta de unos 200 pergaminos, cartas y manuscritos varios; el Museo arqueológico y numismático ostenta ya 1.086 objetos precisos de estudios; y la Biblioteca tiene catalogados muy cerca de mil volúmenes”.

Durante sus primeros años de andadura, la mayor parte del material científico fue incorporado gracias a donaciones de alumnos, profesores, personajes influyentes, Ministerio de Fomento, Universidad y otras instituciones. Como advierte Aurora Godín Gómez, hubo algunas adquisiciones mediante compra, pero fueron las menos, dada la escasa asignación adjudicada. Ocasionalmente, también se produjo algún depósito.

En la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, dependiente de la Universidad Complutense, se custodian en la actualidad 192 pergaminos procedentes de la Escuela Superior de Diplomática. Se trata de los diplomas que utilizaban profesores y alumnos como material científico para el aprendizaje en la asignatura de Ejercicios Prácticos. Maite Rodríguez Muriedas registra en esta variopinta colección bulas pontificias, documentos procedentes de monasterios, escrituras, testamentos, censuales, cartas, etc. Su cronología abarca desde el siglo XII hasta el siglo XVIII.

Así pues, la adquisición del Beato de Tábara por la Escuela, hay que encuadrarla en esta necesidad de diplomas y códices que sirvieran de material de trabajo a los profesores y alumnos, principalmente de la asignatura de Paleografía. Según el testimonio de Manuel Gómez-Moreno, se trató de una compra hecha a Ramón Álvarez de la Braña y, por tanto, una de las pocas compras de las que tenemos constancia. Desgraciadamente, Gómez-Moreno no detalla nada más sobre este asunto. No sabemos en qué fecha exactamente se produjo esta entrada, ni la procedencia.

En la actualidad, nuestro códice exhibe en varios de sus folios el sello de tinta de la Escuela Superior de Diplomática. Tal vez se estamparía a su ingreso y, teóricamente, quedaría incorporado al catálogo de su biblioteca, pues en dicho sello se puede leer en la parte inferior la palabra “Biblioteca”. Sin embargo, en los catálogos de la misma dados a conocer por Mirella Romero Recio, no figura tal ejemplar, si bien hay que aclarar que solamente se consignan las obras impresas, y no los diplomas y códices que sabemos que la Escuela tuvo en propiedad o en custodia.

Otra cuestión, no menos importante, es el momento en el que el códice llega al Archivo Histórico Nacional. Sobre la base de la documentación aportada por Carmen Crespo, se ha supuesto que el Beato de Tábara estaba en dicho archivo en 1872. Se trata de una petición del jefe del mismo, Luis de Eguílaz, al director de Instrucción pública, fechada a 8 de noviembre de 1872. Su tenor es el siguiente:

“Este Archivo posee una preciosa colección de códices..., no sólo al servicio del público, sino que también llenan un fin importante en la enseñanza de la Escuela de Diplomática, cuyas colecciones y biblioteca se hallan unidas a las de este establecimiento. Figura en ellas un notable códice de la Exposición del Apocalipsis por S. Beato Liebanense escrito en el siglo X..., único de tal fecha que ha podido hasta hoy mostrarse a los alumnos... Para ampliar esos estudios convendría.., tener otro de igual materia y autor..., pero escrito con anterioridad acaso de un siglo..., el cual existe en la Biblioteca de ese Ministerio y me atrevo a rogar a V. I. que con tales fines sea temporalmente y bajo recibo entregado... hasta tanto que se decida si... podría aspirar a poseerlo definitivamente”.

En realidad, lo que este documento nos muestra es que el Beato se encontraba en 1872 en la Biblioteca de la Escuela Superior de Diplomática, aunque parece que a efectos administrativos los diplomas y códices se consideraban integrados de alguna manera en los fondos del Archivo Histórico Nacional, creado en 1866. Además, la Escuela nunca contó con un edificio propio, y si bien estableció la primera sede en la Real Academia de la Historia, y posteriormente en los Reales Estudios de San Isidro, las clases se repartieron entre la Biblioteca Nacional, el Archivo Histórico y el Museo Arqueológico. El otro Beato del que se habla en el documento anterior es el que acabaría ingresando en la Biblioteca Nacional (Vitr. 14/1).

3. Ramón Álvarez de la Braña, poseedor del códice

Ramón Álvarez de la Braña (1837-1906), perteneciente al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios, Correspondiente de la Academia de la Historia y Director de la Biblioteca Provincial de León, fue una figura muy relevante del panorama cultural de la época, Su papel en la operación de adquisición del Beato por la Escuela no pudo ser la de un simple vendedor o intermediario.

En su calidad de vocal y secretario de la entonces Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de León, tuvo un conocimiento privilegiado de la situación de los bienes muebles e inmuebles del patrimonio de los monasterios e instituciones eclesiásticas desamortizadas. De hecho, en 1898, cuando el Estado se hace cargo del Museo de León, fue nombrado primer director del mismo. De sus desvelos por la adquisición de piezas para esta institución daba cuenta Luis Rodríguez Seoane en 1894:

“Ni debe tampoco omitirse, que el rico Museo arqueológico, establecido en León e instalado en el magnífico edificio de San Marcos, es en gran parte debido a la valiosa cooperación del Sr. Álvarez de la Braña que [...] lo enriqueció con interesantes adquisiciones realizadas en varios puntos del territorio legionense. Puede de esta suerte admirar hoy el erudito viajero, en tan precioso museo, desde los más ricos ejemplares de la civilización visigótica y siglos posteriores de la Edad Media”.

Álvarez de la Braña prestó servicios en la clasificación de los pergaminos, códices y demás documentos de la colegiata de San Isidoro, así como en otros archivos de la provincia. Igualmente, ordenó y clasificó la biblioteca que dejaron en San Marcos de León los Padres de la Compañía de Jesús, que contaba con unos 6.000 volúmenes. Trabajó en labores de ordenación en el Archivo Municipal, la Catedral y en la Sociedad Económica de Amigos del País.

La relación de Álvarez de la Braña con la Escuela de Diplomática debió ser muy fluida y cordial. De las palabras de Luis Rodríguez Seoane parece deducirse que pasó por sus aulas, dato que no he podido comprobar feacientemente: “Una vez en esta capital (Madrid), decidióse, por fin, de una manera irrevocable, a seguir la carrera de Archivero-Bibliotecario”. En cualquier caso, completó sus estudios de archivística con otros en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central entre 1860 y 1863. En 1869 se hace cargo de la dirección de la Biblioteca Provincial de León, después de un traslado desde la Biblioteca de Menorca.
Autógrafo de Ramón Álvarez de la Braña. Real Academia de la Historia.


En 1884 publica la obra titulada “Siglas y abreviaturas latinas”. Al comienzo hay un breve texto escrito en 1876 por Juan de Dios de la Rada Delgado, que fue director de la Escuela, y trata a Braña de “mi muy querido y antiguo discípulo”. A continuación, en el prólogo, Braña cree prestar un especial servicio a las personas que se dedican a las antigüedades, y añade: “los alumnos de la clase de Epigrafía en la Escuela Superior de Diplomática, carecen de un trabajo de esta clase que pueda servirles de texto”.

En este mismo año de 1884 Álvarez de la Braña publica “Biblioteca Provincial Legionense, su origen y vicisitudes”. Si atendemos al testimonio del autor habría que descartar totalmente que el Beato de Tábara procediera de los fondos de los conventos desamortizados en la provincia, al menos de los fondos que llegaron a ser gestionados por la Comisión de Monumentos. Esto es matizable, pues sabemos que, lamentablemente, muchos libros y manuscritos acabaron en manos privadas, salieron del país, o fueron destruidos con anterioridad. En cualquier caso, el panorama que se dibuja en esta obra es desolador:

“Escasísimo fue el número de los libros impresos recogidos por la Comisión de Monumentos, y más insignificante el de manuscritos, allí donde tantos notables códices se conservaban en sus archivos, unos ilustrados con miniaturas de gran mérito, y otros que contenían importantes crónicas, o datos referentes a la vida religiosa y política y al estado social de los pueblos en la Edad Media. En el local del ex-beaterio de las Catalinas (sede de la Biblioteca Provincial) no entró uno solo de esos preciosos objetos que merezca llamar la atención de los bibliófilos. Algunos de los códices debieron ir a enriquecer las colecciones diplomáticas de las grandes bibliotecas y museos del extranjero, y causa rubor el confesar que, para los estudios históricos en nuestra patria se hayan perdido, la mayor parte por verdadero abandono, y otra no pequeña fuese a parar a manos de traficantes anticuarios”.

En los artículos y libros de Ramón Álvarez de la Braña no he encontrado la menor alusión, directa o indirecta, al códice de Tábara. Nada sabemos sobre su procedencia, ni sobre la forma en la que se hizo con él. Es evidente que hubo un interés por ocultar esta cuestión, tanto por el propio Braña, como por los responsables de la Escuela de Diplomática. Los primeros autores que examinaron el libro tampoco se hicieron demasiadas preguntas sobre su paradero anterior.

Sello de tinta de la Escuela Superior de Diplomática de Madrid. Beato de Tábara. AHN fol. 29v.
4. Otras referencias bibliográficas al códice durante su estancia en la Escuela Superior de Diplomática

El Beato de Tábara suscitó la curiosidad de varios investigadores durante su estancia en la Escuela Superior de Diplomática, y ello se debió a motivos de lo más diverso. Uno de ellos fue Francisco Javier Simonet, autor de la “Historia de los mozárabes de España”.

Estamos ante una monografía muy conocida, de la que existen varias ediciones. La primera se fecha entre 1897 y 1903, pero según se advierte en la introducción, el autor tenía finalizados los trabajos en el año 1867. Por diversas razones, la edición se retrasó, lo cual permitió al propio Simonet “retocarla, ampliarla y ponerla al día en vista de los trabajos que sobre su materia iban saliendo a la luz”. El arabista e historiador murió en 1897 sin ver su libro publicado. Finalmente, el texto fue corregido por su amigo, “el joven granadino” Manuel Gómez-Moreno, y dado a la imprenta por la Real Academia de la Historia.

El interés de Simonet por el códice de Tábara venía motivado por el estudio de las glosas márginales en árabe que aparecen en varios de sus folios. En base a ellas, consideró el manuscrito como “mozárabe” pero, sorprendentemente, no llegó a identificarlo como un Beato:

“En 968, se escribió un códice muy curioso que debemos contar entre los mozárabes por varias señales que se notan en él. Este códice en folio, de pergamino y letra gótica antigua, escrito en la Era MVIª (año 968), contiene; 1º Sancti Hieronimi explanatio in Apocalymsim. 2º In nomine Domini nsi. Jesu Christi Incipit explanatio Danielis Profetae ab auctore beato Iheronimo. Contienen varias viñetas muy singulares y una portada arabesca formando un arco de herradura; y lo que interesa a nuestro propósito, en las márgenes de la Explanación de Daniel, varias frases y palabras escritas en carácter arábigo antiguo, y trazado por mano experta, como “Medita acerca de esta diversidad en los números”; “Porque en ello está el reposo de las obras”. Este códice existe hoy en el Archivo de la Escuela Superior de Diplomática, donde hemos tenido la satisfacción de examinarlo”. A continuación, añade en nota a pie de página: “Nos lo facilitó nuestro ilustrado amigo el paleógrafo y profesor auxiliar de aquella Escuela Sr. Goicoechea, ya difunto”.

Su descripción resulta muy interesante por varios motivos. Considera el códice, no como un Beato, sino como un ejemplar compuesto por dos obras de San Jerónimo: el Comentario al libro del Apocalipsis y el Comentario al libro de Daniel. El hecho de no citar la obra de Muñoz y Rivero “Paleografía visigoda”, hace sospechar que Simonet pudo consultar al códice con anterioridad a 1881, desde luego antes de 1886 cuando muere Goicoechea. Este personaje debe identificarse con Manuel de Goicoechea y Gaviña, profesor, efectivamente, en la Escuela Superior de Diplomática. Fue nombrado en comisión para la segunda plaza de Ayudante de la Escuela en 1856 y en 1857 era también oficial de la biblioteca de la Real Academia de la Historia. En 1864 fue nombrado Catedrático supernumerario y en 1875 fue destinado al Archivo Histórico Nacional.

Simonet vuelve sobre el manuscrito en el apartado bibliográfico, y de nuevo lo registra como un ejemplar que reproduce dos obras de San Jerónimo: “Jerónimo (San). Explanatio in Apocalypsim. Explanatio Danielis Profetae. Códice de la Escuela Superior de Diplomática”. Esta catalogación resulta muy significativa, pues es muy parecida a la que se hizo en el siglo XVIII del Beato de Guadalupe, según constaba en el catálogo de la Biblioteca del monasterio de 1770: “S. Hieronymi P.N. In Apocalypsim, et Danielem Explanatio, manuc. In pergamino. T. 1 F”.

Este dato, no valorado hasta ahora, vendría a otorgar nuevos argumentos a una de las explicaciones que se han venido ofreciendo sobre la procedencia del Beato de Tábara: el monasterio jerónimo de Santa María de Guadalupe. Fue Gregorio de Andrés quien aportó los datos y la documentación que apuntaban en esta dirección, pues en ambos Beatos se consignaba la participación del copista Emeterio. Ambrosio de Morales fue el primero en examinar este libro en el siglo XVI. Su suerte durante el siglo XIX es incierta. Se supone que saldría del monasterio como consecuencia de la Desamortización, a partir de 1835. Tal vez, cuando Simonet examinó el manuscrito en la Escuela de Diplomática aún conservaba en su encuadernación o en alguno de sus folios la atribución de la autoría a San Jerónimo.
J. SIMONET - Historia de los Mozárabes de España, 1897-1903
Otra de las personas que debió consultar el códice tabarense por estos años fue Máximo Fuertes Acebedo. En 1885 publica su obra “Bosquejo acerca del estado que alcanzó en todas épocas la literatura en Asturias, seguido de una extensa bibliografía de los escritores asturianos”. El erudito ovetense dedica una entrada a las obras de Beato de Liébana, y entre las copias que cita se refiere a la nuestra de la siguiente manera: “Otro códice también del siglo X, se conserva en la Escuela Superior de Diplomacia, escrito en vitela a dos columnas y con preciosas iluminaciones”.

Hay que destacar que por primera vez se hace referencia a este manuscrito como un Beato, pero sorprende también que se destaque como algo relevante la calidad de sus miniaturas. En la actualidad, uno de los aspectos más llamativos del códice es, precisamente, la salvaje mutilación de sus folios y la desaparición de la mayoría de sus ilustraciones.

Entre los años 1891 y 1898 Konrad Miller publica los seis fascículos de sus “Mappae Mundi”. El correspondiente al año 1895 se ocupa de los mapas de los Beatos y en él registra el manuscrito de Tábara, que sitúa en la Escuela Superior de Diplomática. En lo esencial sigue a Muñoz y Rivero y Fuertes Acevedo, pero añade una relación muy completa de los Beatos entonces identificados.

4. El Códice en el Archivo Histórico Nacional

H.L. Ramsay incluye el Beato de Tábara en su artículo “Manuscripts of the Commentary of Beatus of Liebana on the Apocalypse”, publicado en la “Revue des Bibliothèques” del año 1902. Nada nuevo aporta en este caso para el conocimiento del códice. Sigue las noticias proporcionadas por Muñoz y Rivero, y considera, como ya hizo Flórez, el ejemplar tabarense como modelo del Beato de las Huelgas. Al reproducir los datos de Muñoz y Rivero, sigue dando nuestro Beato como perteneciente a la biblioteca de la Escuela Superior de Diplomática, a pesar de que en 1900 esta institución estaba ya extinguida.

El ingreso efectivo en el Archivo Histórico Nacional debió producirse en torno a este año de 1900, durante la dirección de Vicente Vignau y Ballester (1896-1908). Vignau tuvo que conocer nuestro Beato con anterioridad, pues fue miembro fundador de la “Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos”, catedrático de la asignatura de Latín Medieval y de Gramática en la Escuela Superior de Diplomática y su secretario hasta 1881.

Un nuevo hito en el conocimiento de nuestro códice se produce en el año 1906 con el artículo de Antonio Blázquez “Los manuscritos de los Comentarios al Apocalipsis de S. Juan por San Beato de Liébana”. Hasta donde he podido averiguar, es aquí donde por primera vez se hace alusión a la famosa miniatura de la torre.

El autor sitúa inequívocamente el ejemplar en el Archivo Histórico Nacional. Además, basándose en una lectura muy particular del colofón, sugiere que el propio Beato de Liébana habría sido enterrado en el claustro del monasterio tabarés, y no en Valcabado como algún otro autor había propuesto con anterioridad: “por lo cual puede llamarle verdaderamente Beato, aludiendo a que lo era dos veces, por ser éste su nombre y por sur virtudes: y, en este caso, de ser cierta esta interpretación, habrá que buscarlo en ese olvidado monasterio, en cuya torre bizantina doblaron las campanas al abandonar esta vida para siempre; torre que aparece dibujada con primor en el manuscrito mencionado”.

Sello de tinta del Archivo Histórico Nacional. Beato de Tábara. AHN, fol. 1v.
La descripción de Blázquez revela un minucioso reconocimiento del códice en el estado en el que se encontraba entonces (1906) en el Archivo Histórico Nacional. Varias son las informaciones de interés que se pueden extraer de este artículo. Por ejemplo, los dos folios con las genealogías se encontraban al final del volumen y no al principio como actualmente se exhiben. Esta disposición se corrobora con algunas fotografías antiguas existentes y las descripciones de los años 20 y 30.

Por tanto, tal y como apuntó en su momento Carmen Crespo, el folio con la omega final y la miniatura de la torre no era el último del manuscrito. También hay que aclarar un malentendido que se ha repetido con insistencia, en el sentido de que este folio estaba invertido. El testimonio de Blázquez deja claro que la omega con el colofón era el recto del folio y la miniatura el vuelto. Por último, Blázquez recuerda la primera exposición en la que compareció nuestro manuscrito: la Exposición Cartográfica de Amberes, si bien se exhibió solamente una copia de alguno de los folios:

“Ejemplar del Monasterio de Tabarés, hoy en el archivo histórico. Año 970: VI kalendas augustas hora VIIII. Al final tiene las siguientes indicaciones relativas a la fecha y personas que le escribieron [...] Al dorso de este folio hay una lámina en colores, representando la torre del Monasterio, la habitación destinada a escritorio y a Emeterio copiando el pergamino, y en hoja posterior un mapamundi de pequeñas dimensiones, de forma circular [...] En la exposición cartográfica de Amberes se presentó una copia, haciéndose la afirmación de que los ejemplares de Gerona, Turín y París eran reproducciones de este mapa; pero tal afirmación es completamente inexacta, pues sólo coinciden con él en ser mapas mundi”.
Mapamundi del Beato de Tábara, según dibujo de Antonio Blázquez, 1906
Antonio Blázquez, volvió este mismo año de 1906 sobre los Beatos, pero esta vez se centró específicamente en la comparación de los distintos mapamundis presentes en ellos. Del mapa del códice de Tábara destaca “que es un dibujo que casi no se puede llamar mapa-mundi, pues está constituido por un doble circulo morado y amarillo en el que aparece Asia ocupando la mitad superior, Europa la cuarta parte de la inferior y África el resto, separadas por espacios o fajas de igual anchura. En el extremo inferior de Europa hay la palabra septentrion y en el de África meridie. En tamaño mayor aparece escrito oriens sobre el Asia y fuera del mapa en el lado opuesto occidens”. De todo ello dejó constancia con un dibujo que, tal vez, es del mismo tenor al exhibido en la Exposición Cartográfica de Amberes”.

Llegamos al año 1908 y a la monografía de Juan Menéndez Pidal sobre los restos y memorias del monasterio de San Pedro de Cardeña. El texto está extraído del tomo XIX de la “Revue Hispanique”. En relación con la antigua torre prerrománica del monasterio burgalés, dedica este autor un amplio comentario a la miniatura de la torre de Tábara, con la que encuentra importantes analogías. Incluye, además, una lámina con una reproducción de la miniatura que resulta ser un dibujo interpretativo y en parte reconstructivo de sus elementos principales. Es un dibujo distinto, aunque en la misma línea al que incluirá más tarde Gómez-Moreno en sus “Iglesias Mozárabes”. Esta lámina corresponde en este momento al folio 163v., y no al 167v como ocurre en la actualidad, pues todavía no se había producido la reencuadernación que dejó este folio como folio final.
Miniatura de la Torre de Tábara según dibujo de Juan Menéndez Pidal, 1908.
Manuel Gómez-Moreno debió tener un conocimiento tardío de la existencia del Beato de Tábara, y por ello no fue citado en su “Catálogo Monumental de la Provincia de Zamora”. En el texto hay un apartado dedicado a la iglesia románica de Santa María de Tábara, donde incluyó la lectura de sus epígrafes y noticias sobre la fundación del primitivo monasterio por San Froilán, pero ninguna información sobre el Beato ni sus miniaturas.

El texto del catálogo fue publicado en el año 1927, pero los estudios y viajes del arqueólogo granadino por la provincia corresponden a los años 1903 a 1905. Poco antes corregía las pruebas de la “Historia de los mozárabes” de Simonet, donde tuvo que haber leído sus impresiones sobre el manuscrito de la Escuela Superior de Diplomática, pero al identificarlo como una obra de San Jerónimo tal vez no le prestó la debida atención.

Será en el año 1913 cuando aparezca en el “Boletín de la Sociedad Española de Excursiones” su artículo “De Arqueología mozárabe”. El erudito granadino describe brevemente la miniatura de la torre: “Los monasterios de San Froila es verosímil que fuesen arruinados por las tropas de Almanzor en 981, entre el centenar de iglesias y pueblos de los contornos zamoranos que entonces cayó; pero del de Távara nos queda el interesante dibujo, hecho por Emeterio en 970, de su torre, alta et lapídea, con arcos de herradura en varios pisos a que se subía por escaleras de mano; un andén de madera vuela en lo alto, y hay campanas dispuestas sobre el tejado en soportes ligeros”.

Es en 1919, en su obra “Iglesias mozárabes”, donde suministra la información, ya citada, de que el manuscrito “fue comprado para la extinguida Escuela diplomática a D. Ramón Álvarez de la Braña”. No incluyó fotografías de sus folios, pero sí un calco de la miniatura de la torre con un comentario sobre la misma. Otras de las cuestiones destacadas son los frecuentes escolios en árabe, “probando mozarabismo en aquellos monjes que lo utilizaron”.

BIBLIOGRAFÍA

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