lunes, 22 de febrero de 2016

Perejón, un bufón del conde de Benavente en la corte de Felipe II

Perejón, bufón del conde de Benavente y del gran duque de Alba. Hacia 1560. Óleo sobre lienzo, 184,5 x 93,5 cm. Museo del Prado (Detalle del rostro)

El Museo del Prado de Madrid exhibe en sus salas 55 y 56, en la zona central de la planta baja, un magnífico conjunto de pinturas cuyo nexo de unión es la familia de Felipe II. Todas ellas corresponden a la segunda mitad del siglo XVI o principios del XVII. Representan a las esposas, hijos, tías, sobrinos, nuera, etc., del césar de aquel imperio en el que nunca se ponía el Sol. Fueron inmortalizados por los grandes pintores del momento, como Antonio Moro, Sofonisba Anguissola, Alonso Sánchez Coello o Juan Pantoja de la Cruz.

En esta colección de figuras relevantes de la España de los Austrias nos topamos con un intruso, alguien que no comparte lazos familiares con el monarca, aunque sí proximidad física a la corte. Se trata de un retrato, de cuerpo entero, salido de los pinceles del gran maestro holandés Anthonis Mor van Dashorst, conocido en el ámbito hispano como Antonio Moro (c.1519-1576). Su título: "Perejón, bufón del conde de Benavente y del gran duque de Alba. Hacia 1560. Óleo sobre lienzo, 184,5 x 93,5 cm".

Nuestro cuadro perteneció al selecto grupo de pinturas que adornaron las estancias del desaparecido Alcázar de Madrid, concretamente en la "pieza segunda de la Casa del Tesoro", según un inventario de 1600, o en las "bóvedas que caen a la Priora-pasillos al pie de la escalera de la galería del Cierzo y la misma escalera". Allí compartía paredes con otras obras importantes de Tiziano, más retratos del propio Antonio Moro y algunas pinturas de El Bosco. Como obra valiosa aparece repetidamente registrada en los inventarios de las colecciones reales. Así, en el inventario de bienes de Felipe II leemos: “Otro retrato entero, al ollio, sobre lienço, de Pejerón, loco del conde de Benavente, con calzas y jubón blanco y una baraja de naipes en la mano derecha; que tiene de alto dos baras y quarta y de ancho bara y quarta. Tasado en doze ducados”.

En 1857 se registra en el Real Museo como: "Retrato de cuerpo entero de Pejeron, bufon de los condes de Benavente. Es gafo y contraecho, tiene barba y pelo gris. Lleva una ropilla negra con mangas perdidas, abrochada con botones dorados. Las mangas del jubón, calzas afolladas, y zapatos acuchillados, son blancos. En la mano derecha tiene una baraja francesa, y la izquierda descansa sobre el puño de la espada". En el Catálogo del Museo del Prado lleva el número 1.483.

Desde los tiempos más remotos, reyes y grandes sintieron predilección por rodearse de un universo de personajes singulares o extravagantes: enanos, negros, locos, bobos, bufones o albardanes, truhanes, etc. Los hubo en Persia y Egipto, y luego en Grecia y Roma. En la España de los Austrias esta colección de seres pintorescos se agrupaba bajo la denominación de "hombres o gentes de placer", o como se decía en el siglo XVII: "sabandijas de palacio". Sólo a ellos les estaba permitido el exceso, la broma, la befa, la sinceridad en suma, estrictamente prohibida al resto de los súbditos. En palabras de Fernando Regueras Grande, su discapacidad, física o mental, se convertía así en fuente de subsistencia, cuando no de medro.

Los nobles españoles, a imitación de la realeza, también crearon sus propias cortes a la escala que sus medios económicos permitían. En ellas no faltaban estos personajes. En el siglo XV Fray Íñigo de Mendoza criticaba en uno de sus poemas lo que los nobles gastaban en sus bufones:

Traen truhanes vestidos
de brocados y de seda,
llámanlos locos perdidos,
mas quien les dá sus vestidos
por cierto más loco queda.

José Moreno Villa llegó a catalogar 123 locos o enanos en la corte española de los Austrias, lo que, haciendo un promedio del periodo, le permitió afirmar que "en la bóveda temporal de siglo y cuarto gastaron un loco o enano por año". Hoy seguramente habría que aumentar notablemente esta nómina, pero los retratados por los pintores de cámara, actualmente conservados, se reducen a quince o veinte.

El "bufón" retratado por Antonio Moro no sólo no oculta su condición, sino que exhibe sin complejos sus problemas físicos, secuelas probablemente de una hemiplejía. Su brazo derecho es presentado por el artista en un primer plano, con una mano en postura imposible que porta una baraja francesa con el seis de corazones a la vista. Los naipes simbolizan su ocupación principal en la corte: acompañar y entretener a la familia real. Los hombres de placer eran habituales compañeros de juegos de cartas entre los nobles de palacio y formaban parte de su cortejo en campaña y durante los viajes

Sobre la identidad de este personaje ha habido diversas propuestas a lo largo de las últimas décadas. Allende Salazar quiso ver en él a cierto Pedro de Santorbas o de San Terbas, truhán del emperador, pero en la actualidad parece que hay suficiente base documental para identificarlo con Pero o Pedro Hernández de la Cruz, uno de los privados del rey que aparece con relativa frecuencia citado en cartas, libros de cuentas y documentos relacionados con Felipe II y su corte. En Palacio, solían bautizar a la gentecilla de este calibre con nombres caprichosos o incluso con los apellidos de los reyes y príncipes. Como nos recuerda Fernando Bouza, "Pedro" es el nombre protagonista de los truhanes, bobos y locos en el siglo XVI. Es "Perico", con todos sus derivados: "Pejerón", "Perejón", "Perequín", "Perote" o "Periquillo".

Sabemos, por otras fuentes, que Pedro Hernández de la Cruz fue, efectivamente, una persona muy ligada a los Pimentel. Tenía casa en Benavente, su esposa era benaventana y varios de sus hijos eran nacidos y bautizados en la villa. Gozó del favor y la protección de los condes, sirvió como criado y fue recompensado con importantes rentas en el alfoz del concejo. Con todos estos datos es posible trazar algunas pinceladas sobre su trayectoria vital y la huella dejada por su figura en el panorama social y político de la época.

En la documentación privada de Felipe II encontramos varias cartas que identifican a nuestro Perejón con Pedro Hernández de la Cruz. Así de 1554 hay una misiva del entonces príncipe a Antonio de Rojas en la que le informa de que "Pero Hernández se vuelve con mi licencia y con harto miedo del Infante (Carlos) y para esto quiere esta carta; vos tendréis quidado de lo que le tocare y de mirar por él con condición que baya adonde yo estubiere quando le enbiare a llamar, que así queda concertado con él". El texto finaliza con la siguiente anotación: "En La Coruña ocho de Julio, sobre Perejón". Por tanto, esta carta y las peripecias de Perejón deben contextualizarse en el viaje del príncipe Felipe a Inglaterra para desposarse con la reina María Tudor.

Los preparativos del viaje a Inglaterra se organizaron en Valladolid, que era en ese momento la sede de la corte del príncipe Felipe. En el relato de este periplo que hizo Andrés Muñoz, Pedro Hernández aparece mencionado varias veces en Benavente con ocasión de la visita del príncipe a la villa, en compañía de su hijo el infante Carlos. La relación del viaje está dedicada a la condesa de Benavente, Luisa Enríquez, esposa Antonio Alfonso Pimentel, VI conde (1530-1575), y se publicó en este mismo año de 1554 bajo el título: "Sumario y verdadera relación del buen viaje que el invictíssimo Príncipe de las Españas don Felipe hizo a Inglaterra".

El cronista relata el recibimiento que se dio en la villa, primero al infante Carlos, que venía adelantado, y posteriormente a su padre, el futuro Felipe II. Igualmente, describe con todo detalle las fiestas y agasajos que se dieron en honor de tan ilustres visitantes.

Cuando llega el infante Carlos es conducido desde la puerta principal de la villa (probablemente la puerta de Santa Cruz o de la Soledad) por una calle "que es una de las grandes y hermosas que señor tiene en Castilla, poblada de ambas partes de muchas y graciosas casas, entre las cuales estaban unas á la mano derecha muy bravosas, y en la frontera d́ellas están polidos y hermosos retratos á manera de medallas", y añade el cronista: "Esta casa es de Pero Hernández, criado y vasallo del conde de Benavente, y privado de los reyes como allí lo dice".

Pocos días después, cuando llega el príncipe, se nos dice que "se adelantó Pero Hernández á todo correr (qu'es cuyas son las casas que he dicho), y como privado suyo le suplicó que entrase por la puerta principal de la villa, por estar las calles más en orden que no por donde S.A. quería entrar, y ansí lo hizo".

La última mención de nuestro personaje se hace con ocasión de la celebración de un espectáculo taurino: "Otro día se corrieron en la plaza de abajo de la villa cinco toros harto extremados de buenos. Estuvieron Sus Altezas á vellos en las casas de Pero Hernández, las cuales tenía muy entapizadas y enramadas de mucha juncia y cañas y otras maneras de verduras, gran cantidad de claveles, albahacas y otras flores olorosas. Este día baptizó un hijo Pero Hernández; fue padrino el Duque de Alba y otros señores".

Los detalles que se nos dan sobre "esta plaza de abajo", junto con la cita anterior de la puerta principal de la villa y la "calle grande y hermosa", parecen situar las casas de Pedro Hernández en la actual plaza del Grano, también conocida en el siglo XVI como la Plaza del Mercado.

Las casas de Pedro Hernández en el Mercado se mencionan en diversas ocasiones en la documentación benaventana. En 1576 se formaliza una escritura de reconocimiento de fuero en favor del convento de Santa Clara otorgada por María Rodríguez, vecina del lugar de la Torre del Valle, obligándose a pagar por San Martín de noviembre de cada año 660 maravedís "sobre unas casas en el Mercado del Ganado de esta villa, que lindan con casas que fueron de Pedro Hernández de la Cruz y de su hijo Antonio de Losada y ahora son de Alonso García, cura de la yglesia de San Martín por una parte y por otra con casas de Rodrigo Daza, herrador".

Algunos datos más podemos concretar sobre nuestro "Perejón" y su descendencia a partir de los expedientes de limpieza de Sangre. En ellos se nos indica que sirvió en las guerras de Alemania y Flandes. Había nacido en Toledo y su nombre completo era Pedro Hernández de la Cruz Alcoholado. Era hijo de Alonso Hernández Alcoholado y de Juana de la Cruz, ambos toledanos. Estuvo casado con Antonia de Losada, nacida en Benavente e hija de Vicente de Losada, que parece que fue regidor en la villa.

Uno de sus hijos fue Felipe de Losada, tal vez el niño bautizado en 1554, según el relato de Andrés Muñoz. Fue capitán de infantería en Portugal y ujier de cámara de Su Majestad. Casó con la benaventana Ana de Torquemada.

Conocemos el nombre de otra hija: Herminia de Losada, también benaventana, que casó con Pedro Marroquín de Montehermoso. Este matrimonio tuvo al menos un hijo, de nombre Tomás Marroquín de Montehermoso, nacido en 1577 en Arroyo del Puerco (hoy Arroyo de la Luz, en la provincia de Cáceres).

Como vemos, Pedro Hernández no era un simple criado del conde y privado para el entretenimiento del rey. Estaba muy bien relacionado con los grandes del reino, se le encomendaron algunas responsabilidades de relieve y poseía una de las casas principales de la villa de Benavente. Esta posición económica desahogada se debía, probablemente, a un patrimonio familiar previo y a las recompensas y mercedes que recibió a lo largo de su vida, tanto de los Pimentel como del propio monarca. Hay constancia también de la concesión de varios juros y regalos. José Luis Gonzalo Sánchez Molero refiere como en 1537 el príncipe Felipe le hizo entrega "de una medalla de oro con una figura de un niño que se está sacando una espina de un pie".

En el Archivo General de Simancas se conservan varios Juros en favor de Pero Hernández de la Cruz, todos ellos de la primera mitad del siglo XVI. Uno de ellos, de 37.500 maravedís, especifica que es por sus servicios prestados en la Guerra de las Comunidades.

El 15 de marzo de 1545, Luisa Enríquez, condesa-duquesa de Benavente, otorgaba merced a favor de Pedro Hernández de la Cruz, en la que le cede el aprovechamiento de la pesca del río Tera, en el lugar de Santibáñez, por todos los días de su vida. Este derecho lo había disfrutado anteriormente Pedro de Quiñones, ya fallecido.

En 1566, en la venta de una casa situada en Benavente en la calle de Santa Catalina, detrás del monasterio de San Francisco y en la colación de San Nicolás, se especifica que linda con "la puerta trasera del mesón de Pedro Fernández de la Cruz, en que moraba la de García Machacón". No queda claro en este documento si se esta hablando de una persona fallecida, pero datos complementarios apuntan en esta dirección.

La muerte de Pedro Hernández de la Cruz debió producirse hacia 1559, tal vez en fechas próximas a la realización del retrato de Antonio Moro. La referencia temporal la proporciona un testigo de un interrogatorio que en 1579 recuerda haber asistido a su entierro en Benavente: "el qual save que fallesçió de esta presente vida porque este testigo se halló presente a su entierro, que puede haver veynte años poco más o menos". Hay, además, indicios de que eligió para su sepultura la desaparecida iglesia parroquial de San Nicolás de Benavente. José Almoína Mateos, en sus "Monumentos históricos y artísticos de Benavente" (1935), dice que el templo fue fundado por la familia Pimentel, pero "un gentil hombre de la ilustre Casa, que después fue privado de los Reyes, llamado Pero Hernández [...] debió continuar la empresa y concluir con sus mandas y donaciones la iglesia comenzada". De sus palabras se deduce que el autor conoció epitafios, inscripciones o algún documento parroquial relativo a estas donaciones. Tal vez, Pedro Hernández contó aquí con su propia capilla funeraria. A mediados del siglo XIX, el corresponsal de Madoz señala en su "Diccionario" que en las paredes del edificio había incrustadas lápidas en memoria de los fundadores, procedentes de la casa de los Condes de los años 1567 y 1615.

En 1576 el conde Juan Alfonso Pimentel hizo concesión a favor de Hernando de Losada, y de su hijo Juan, del aprovechamiento de la pesca en este mismo lugar por muerte del anterior poseedor, Pedro Hernández de la Cruz.

Muy poco explorada ha sido la vinculación de Perejón con la Casa de Alba. En la cartela que identifica el retrato pintado por Antonio  Moro, en el Museo del Padro, se dice que es "bufón del conde de Benavente y del gran duque de Alba". Cuando se habla del "Gran Duque" está claro que nos estamos refiriendo a  Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel (1507-1582), III duque de Alba de Tormes, Grande de España y caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro.  Era hijo de García Álvarez de Toledo y Zúñiga y de Beatriz Pimentel y Pacheco, hija de Rodrigo Alonso Pimentel, IV conde y I duque de Benavente y de su esposa, María Pacheco.

Así pues, entre el conde de Benavente y el duque de Alba había importantes lazos familiares que explicarían por qué nuestro Perejón sirvió a ambos señores y por qué el de Alba actúa como padrino en 1554 en el bautizo de uno de sus hijos en Benavente. La esposa del duque era tía carnal del conde Antonio Pimentel.

Se da la circunstancia de que Antonio Moro retrató al menos en dos ocasiones al Gran Duque. La primera de las pintura se fecha hacia 1549 y se conserva en la Hispanic Society de Nueva York, mientras que la otra, bastante posterior, pues nos muestra a un duque ya anciano (hacia 1557),  pertenece a la colección de la Fundación Casa de Alba.

PEREJÓN NARRA SU VIDA
Vídeo: Fernando González Rodríguez
Guion: Rafael González Rodríguez


La familia de Pedro Hernández de la Cruz

La Plaza del Grano de Benavente, según una postal de los años 50

APÉNDICE DOCUMENTAL


1545, marzo, 15. Benavente

Luisa Enríquez, condesa de Benavente, por hacer bien y merced a su criado Pedro Hernández de la Cruz, le entrega el aprovechamiento de la pesca del río Tera, desde Santibáñez hacia arriba, por todos los días de su vida, por fallecimiento del anterior poseedor, Pedro de Quiñones.

Archivo Histórico de la Nobleza, Osuna, c. 466, d. 64.

Yo doña Luysa Enrríquez, condesa de Benavente, por hazer bien y merced a vos Pero Hernández de la Cruz, mi criado, tengo por bien que ayáis y tengáis de mi por merced por todos los días de vuestra vida la pesca del rrío de Tera, desde el lugar de Santivañe para arriva, que vacó por fin y muerte de Pedro de Quiñones, a quien el conde mi señor tenía hecho merced dello, para que lo podáis pescar y arrendar, y sea vuestro el aprovechamiento del dicho río desde el día de la fecha desta en adelante por todos los días de vuestra vida, la qual dicha merced vos hago en quanto toca a la pesca del, rreservando como reservo para el conde mi señor y para mi los otros aprovechamientos que ay en el dicho rrío de molineras y sacar caminos de agua, y todo lo demás que tenemos y que pertenesçe al señorío del dicho rrío, porque desta merced que yo vos hago no aveys de gozar más de la pesca del y así mismo con que quede de libre al concejo, justicia y rregidores desta mi villa de Benavente el terçio de las vardas que tienen en el dicho río. Y mando a mis contadores que asienten esta cédula en los libros que tienen para que por virtud della gozeis desta merced y sobre escrita deellos os buelvan este original. Fecha en Benavente a quinze de março de mill y quinientos y quarenta y çinco años.
La condesa de Benavente. (Hay una rúbrica).
Que vuestra Señoría haze merced a Pero Hernández de la Cruz de la parte del río de Tera que tenía Pedro de Quiñones, que vacó por su fallesçimiento. 


1576, abril, 14. Benavente.

El conde Juan Alfonso Pimentel hace concesión a favor de Hernando de Losada, su mayordomo, y de su hijo Juan de Losada, del aprovechamiento de la pesca de la Ribera de Tera, desde Santibáñez hasta la ermita de Nuestra Señora de Agavanzal, por fallecimiento del anterior poseedor, Pedro Hernández de la Cruz.

Archivo Histórico de la Nobleza, Osuna, c. 466, d. 165.

Don Juan Alfonso Pemintel Enrríquez de Velasco e de Herrera conde de Benavente, etc. Digo que por quanto yo tengo mucha obligaçión de Hernando de Losada, mi mayordomo por los muchos y buenos servicios que hiço al conde mi señor qu esté en el Çielo y al conde don Luis, mi hermano, y a mi [...] de la pesca de la Ribera del río de Tera que a mí me pertesce, que es desde el lugar de Santibane para arriba hasta la hermita de Nuestra Senora del Gabanzal, con la pesca de todos los pozos que ay en la dicha robera, que bacó por fin y muerte de Pedro Hernández de la Cruz, e antes de él la solía traer Pedro de Quiñones, a quien el conde mi señor que esté en el Cielo, tenía echa merced de la dicha ribera y pozos de ella, la qual dicha merced de la dicha ribera hago al dicho Hernando de Losada e a Juan de Losada, su hijo, para que la puedan pescar e arrendar por todos los días del dicho Hernando de Losada y del dicho su hijo. Y por quanto por parte de Pedro de Losada e de doña Ysabel [...] Fecha en la mi villa de Benavente a catorze de abril de mill y quinientos y setenta e seis años. El conde. Por mandado de su señoría ilustrísima García de Zerezedo.

Perejón, bufón del conde de Benavente y del gran duque de Alba

Detalle de la mano derecha con los naipes

Detalle de la mano izquierda sobre el pomo de la espada

Detalle de la vestimenta

Detalle del calzado

Retrato de Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, por Antonio Moro, 1549, (Casa de Alba)

Retrato del príncipe Felipe, por Antonio Moro, 1549-1550, (Museo de Bellas Artes de Bilbao)

Retrato de Felipe II con la armadura de San Quintín, por Antonio Moro, 1560 (Monasterio de El Escorial)

Mor van Dashorst, Anthonis. Antonio Moro. Utrecht (Holanda), c. 1516-1520 – Amberes (Bélgica), 1576.