sábado, 20 de febrero de 2010

Liturgia y ceremonia en el Benavente del siglo XVII - Una ordenanza para que los vecinos vayan a las procesiones

Procesión de la Virgen del Carmen en los años 50

"Iten, que los veçinos de esta Villa vayan a las proçesiones que esta Villa haze, ansi por voto y devoçiones suyas salud del pueblo como por los temporales, y en otra qualquiera manera que sea, so pena de çien maravedis por cada vez que no lo hicieren, repartidos en la forma dicha".

Esta ordenanza es la más breve, con diferencia, de todas las recopiladas en el Libro de las Ordenanzas de la Villa de Benavente del siglo XVII. El códice fue felizmente recuperado para el Archivo Municipal en enero de 2006, como parte del legado testamentario del sacerdote e investigador Don Vidal Aguado Seisdedos. La ordenanza puede considerarse complementaria y aclaratoria de algún aspecto de otras anteriores, y originalmente formaría parte de un mismo cuerpo documental.

Se trata de una exhortación y un mandato para que los vecinos acudan a las procesiones celebradas en la villa, tanto las devocionales como las relacionadas con votos contraídos por el concejo. En la España del Barroco la espiritualidad sobrepasa el ámbito privado y debe ser exteriorizada según unas pautas predeterminadas. Frecuentemente se recurría a signos y manifestaciones religiosas externas en las que participaba, de una forma u otra, toda la comunidad cristiana.

Dado el gran número de parroquias, monasterios y cofradías existentes en el Benavente del seiscientos, es razonable pensar que serían múltiples y variados los desfiles y procesiones celebrados durante todo el año, aunque con mayor actividad, lógicamente, durante las fiestas litúrgicas locales y la Semana Santa. Existieron, no obstante, algunos precedentes destacados. Las noticias más antiguas sobre la celebración de procesiones en Benavente se remontan al siglo XIV.

En 1360 Diego Juan, arcediano de Benavente en la iglesia de Oviedo, otorga una escritura de fundación por la que manda decir dos misas cantadas y hacer dos procesiones en el martes primero después del día de Pentecostés en esta forma:

“La primera misa han de mandar decir y la han de oficiar las monjas de Santa Clara de dicha villa, haciendo su procesión de comunidad por el claustro acabada la misa, que se aplicará por el ánima de dicho fundador y por sus obligaciones. La segunda misa, que ha de seguirse a la del convento, la debe cantar el cabildo en el altar de Santa María de dicho convento, al que vendrán los sacerdotes reverendos de pellices, y en procesión con las cruces de las parroquias, y concluida la misa, que deberán aplicar por el alma de dicho arcediano, se saldrán en procecsión a la parroquia de San Andrés y cantarán su oración o responso sobre su sepultura. Para el cumplimiento de esta carga dejó dicho arcediano a las monjas treinta maravedís cada año, con su pitanza de dos carnes, pan y vino a su voluntad: y al cabildo sesenta maravedises del mismo modo, situados todos sobre dos casas y una bodega con sus cubas a la calle de la Judería, propias de dicho fundador que las dejó al capellán de la capellanía que fundó en San Andrés con la obligación de que pagase dicho situado”.

En 1577 se fecha un concierto para el pago de dos procesiones por parte de la villa que el Cabildo de San Vicente se obligaba a hacer en San Martín de julio y San Roque de agosto.

Nazareno en la plaza de la Madera (Foto Montse Pastor)

Procesión de la Virgen del Carmen en los años 50

Nuestra ordenanza muestra una preocupación particular del regimiento por la relajación de las costumbres y la consiguiente pérdida de realce de estos desfiles devotos. Pero no sólo los legos se mostraban reacios a participar en estas celebraciones, también los clérigos se resistían a hacerlo. En 1622 el licenciado Diego de la Hoz, provisor del Obispado de Astorga, tuvo que emitir un mandato instando a los párrocos de la comarca de la villa de Benavente a participar en la procesión y rezo del rosario que se hacía cada año en el día de San Marcos en el Hospital de los condes-duques de Benavente, porque algunos de ellos no querían cumplir con esta tradición.

Los oficiales del concejo acudían a estos ceremoniales normalmente acompañados por los miembros del cabildo, en riguroso orden y prelación marcado por el protocolo. A fin de cuentas, en estos desfiles se reproduce y se escenifica con toda solemnidad el orden social vigente, por lo que la competencia y la pugna por la adecuada colocación de las fuerzas vivas de la villa era un asunto no menor. Así, en 1678 se formaliza un acuerdo sobre precedencia y protocolo en el caso de la ubicación de los escribanos con el Cabildo de San Vicente para las procesiones.

Existían, además, otras procesiones que podemos considerar extraordinarias, relacionadas cono un suceso o una calamidad inesperada, y que nuestro texto identifica con los temporales y las inclemencias del tiempo. En estos casos, el concejo también se involucraba, consciente de que se trataba de una modalidad más de favorecer o fomentar el bien del común.

Pero de todas estas celebraciones las que alcanzaron mayor notoriedad y tradición fueron las relacionadas con la Virgen de a Vega, patrona de Benavente. Ya desde 1520 existe constancia en los libros de cuentas del concejo del voto, romería y función de la Vega, celebrado desde época no determinada en la ermita de Cimanes de la Vega. El regimiento acudía el lunes de Pascuilla al templo, acompañado con toda solemnidad por el Cabildo de San Vicente. Una descripción pormenorizada del periplo de estas comitivas aparece reseñada en un documento del siglo XVIII:

"Se salía desde la iglesia de Santa María del Azogue hasta el convento de Nuestra Señora de la Piedad de la Orden de San Jerónimo, extramuros de la villa, yendo todos en procesión, y desde allí, montando sin orden en sus caballerías o carruajes, los capitulares de la Corporación y los del Cabildo de San Vicente siguen el camino hasta una ermita pequeña, que hay antes de la de Nuestra Señora, donde, volviéndose a organizar procesionalmente, se acercan al santuario referido, donde terminada la misa, se tiene en la casa una comida decente para ambas comunidades".

No sabemos desde cuándo el concejo asumió este voto, pero seguramente nuestra ordenanza está relacionada con él, pues se hace mención expresa a procesiones relacionadas con votos. La amenaza de una sanción de 100 maravedís sería un incentivo más que suficiente para asegurar una asistencia de vecinos acorde con la importancia del acontecimiento. A pesar de ello, el voto de la Virgen de la Vega se fue convirtiendo en una carga para las maltrechas arcas municipales y su cumplimiento se fue relajando, entre otros motivos, debido a los temporales y a lo impracticable de los caminos. También a ello debió contribuir la dificultad para instar a los vecinos, con sanción o sin ella, a desplazarse a una aldea situada a varios kilómetros de distancia. Como consecuencia de todo ello, desde principios del siglo XVIII el concejo comienza a pedir la conmutación del voto por otros actos similares a realizar dentro de la villa.

Así la imagen de la Virgen de la Vega pasa largas temporadas dentro de los muros de la villa, lo que provoca el recelo de los administradores de la ermita titular. En torno a 1754 se suscita un pleito sobre la restitución de la imagen de Nuestra Señora de la Vega a su ermita de Cimanes, que da lugar a una real provisión y a diligencias de notificación sobre la absolución de censuras a los capitulares de Benavente por el Vicario de San Millán. En 1757 se obtiene licencia de dicho vicario, a petición de la villa, para el traslado procesional de la imagen de Nuestra Señora de la Vega desde su ermita de Cimanes. En el expediente se incluye carta del ayuntamiento al párroco de Cimanes para que permita el cumplimiento del voto. En 1823, el ayuntamiento obtuvo autorización para permutar o trasladar la ofrenda a la ermita de la Soledad y realizar el voto de la villa en la iglesia de San Nicolás.

Ermita de Cimanes de la Vega (León)

Nuestra Señora de la Vega de Cimanes (Siglo XIII)

lunes, 8 de febrero de 2010

La ciudad derrotada - Memorias y esplendores de la villa de Castrotorafe

Ruinas del Castillo de Castrotorafe, según una ilustración de 1876

El despoblado de Castrotorafe se levanta sobre una pequeña meseta, en la orilla izquierda del Esla, vigilando un estratégico paso sobre este río. El terreno está incluido actualmente al pequeño municipio de San Cebrián de Castro, de tan sólo 363 habitantes, dentro de la comarca zamorana de la Tierra del Pan. El término municipal incluye el anejo de Fontanillas de Castro.

El acceso se realiza desde la Nacional 630, en plena Vía de la Plata, por una pista de tierra perpendicular a dicha carretera que arranca a unos dos kilómetros al sur de Fontanillas de Castro. El camino lleva al visitante directamente hacia los restos de una de sus antiguas puertas, en el frente este. El sistema defensivo aprovechaba una amplia meseta con brusca caída hacia el río y delimitada por dos pequeños barrancos que desaguan en éste.

Sobre el origen remoto de la población y la cronología del asentamiento, a falta de intervenciones arqueológicas sistemáticas, no existen más que conjeturas. Suele identificarse con el "Vico Aquario" romano, uno de los hitos recogidos en el Itinerario de Antonino. Ciertos hallazgos en superficie de materiales de cronología romana, o incluso anteriores, han venido a apuntalar esta hipótesis, aunque sin argumentos concluyentes.

La primera mención en las fuentes parece ser del año 1038, cuando se cita el territorio de "ad Torabe"o "Adtorabe", como próximo al monasterio de Moreruela, en una donación de la condesa Sancha, hija de los condes Munio Fernández y Elvira. El dato tiene su interés, pues pone manifiesto la existencia de un centro territorial de cierta entidad con poblaciones o aldeas dependientes, entre ellas Riego.

Es a partir de 1129 cuando Castrotorafe resurge con fuerza en el contexto del impulso repoblador desarrollado en el reino leonés. En este año Alfonso VII le concede el fuero de Zamora y le asigna un primer alfoz. Pero será su hijo, Fernando II, quien haga de este lugar un enclave destacado dentro del organigrama político del reino. Es a él a quien las crónicas atribuyen la repoblación de la villa: "este rey don Fernando pobló ... Castrotorafe en el obispado de Zamora.".

En 1176, Castrotorafe es entregada a los caballeros de Santiago por sede central de la Orden: "villam dictam Castro Toraf per terminus novinssimos et antiquos", y dos años después, en 1178, Pedro Fernández, Maestre de la Orden, le concede un nuevo fuero confirmado por el propio Fernando II.
En esta época debió construirse un primer recinto murado y, quizás, levantarse su famoso puente sobre el Esla, uno de los principales viaductos de la zona que proporcionaba acceso a los territorios zamoranos desde el noroeste y a Galicia por Portugal.

La defensa del puente y la guarda de su castillo aumentaron la notoriedad de este enclave a principios del siglo XIII, que fue objeto de sucesivas disputas entre Orden de Santiago, el obispado de Zamora, el Papa y las hijas del Alfonso IX, Sancha y Dulce. En 1202 Alfonso IX concedía a la catedral de Zamora el diezmo íntegro del portazgo para la reedificación del claustro de San Salvador y el de San Miguel, impuesto que estaría estrechamente vinculado, como ocurre en otros lugares, con la gestión y el control del puente.

En abril de 1222 el obispo zamorano alcanzaba un acuerdo con el maestre de la Orden referente a los diezmos del peaje y aceñas en este lugar. El maestre renunciaba a todos los derechos sobre el peaje y la mitad de la aceña de Figal, y el obispo renunciaba a todas sus pretensiones sobre los diezmos del peaje y las aceñas de Castrotorafe.

Las diferencias entre la mitra zamorana y la Orden de Santiago sobre el pago de portazgos y del “pasagium” en Castrotorafe por los vecinos de Manganeses de la Lampreana dieron lugar a una nueva concordia, firmada en 1229 por el obispo y el maestre. La Orden promete no exigirlos, pudiendo los dichos vecinos comprar y vender en Castrotorafe. Por estos mismos años diversas referencias documentales de la Catedral de Zamora, procedentes de mandas testamentarias, testimonian la actividad en el puente.

Para la construcción del viaducto se aprovechó un remanso del río, originado por la acción de "la violentísima curva que antes se desarrolla", en palabras de Gómez Moreno. El arqueólogo granadino sitúa su construcción a finales del siglo XII, señalando que constaba de doce o más arcos " ya hundidos, sobre pilas de corte poligonal contra la corriente y espolones a la parte contraria, con bien torpe criterio. Sus cimientos perseveran dentro del río, y otras cuatro pilas, hechas de sillería gruesa, surgen sobre peñas en la margen contraria". El imponente sistema de fortificaciones de la villa tuvo siempre muy en cuenta la defensa de esta infraestructura, pues desde el ángulo noroeste del castillo un muro descendía a modo de coracha hacia el río, donde se localizan los restos de una torre con espolón que serviría para el aprovisionamiento del agua y la vigilancia.

Basándose en testimonios indirectos algunos autores han mantenido que a mediados del siglo XVI el puente se derrumbó definitivamente, no volviendo a reconstruirse. Quizás haya que retrasar al menos varias décadas esta circunstancia, puesto que en la visita a las encomiendas de Castrotorafe y Peñasuende de 1528 se menciona aquí una barca.

Este misma visita nos revela la existencia de una ermita dedicada a Santa Marina situada en las inmediaciones del río Esla, con lo que los paralelismos con respecto al puente de Castrogonzalo son más que evidentes: "Visitación de la hermita de Santa Marina çerca de la villa de Castrotorafe [...] Los dichos visitadores mandamos a Pedro de Constante, cura de Castro Torafe, que pues lleva la renta de la dicha hermita, que haga hazer dos esquinas de la dicha hermita, que están caydas hazia la parte del río, las quales haga de cal y canto, conforme a la pared que está echa".

En todo caso ya finales del siglo XV se evidencia un importante derrumbe del puente, cuyos pormenores remiten a una primera destrucción que podría remontarse incluso al siglo XIV y que pudo ser definitiva:

"Visytamos una puente que está baxo de la fortaleza en dicho Ryo, la cual está cayda, los arcos de ella, salvo tres que están sanos, y todos los pilares de los otros paresçen ençima del agua grand parte; fuemos ynformados que no saben sy se cayó o sy la derrocaron porque no ay memorya de onbres que dello se acuerden".

Se trata de la visita efectuada en 1494. Esta misma fuente nos informa de la importancia económica y estratégica que los Santiaguistas condecían a este paso: "Si dicha puente se hiziese, rentara esta dicha encomienda Çien mill mrs. Mas, en dende arriba, porque toda la gente que viene de Portugal a las feryas de Castilla vernya por ally que el portazgo rendyese mucho".

A partir de estas fechas las referencias a esta villa escasean en las colecciones diplomáticas, signo evidente de su pérdida de pujanza, a lo que debió contribuir de forma significativa la ruina del puente. En la actualidad, cuando el embalse tiene sus aguas bajas, se pueden apreciar todavía los arranques de sus pilas en el lecho del río.

El castillo, en ruinas, se localiza en el ángulo noroeste del recinto fortificado. Presenta una planta trapezoidal con un doble sistema defensivo. En primer término, una barrera artillera almenada con cuatro torres circulares en los ángulos y, en segunda instancia, un cuerpo principal aislado de planta similar, hoy prácticamente irreconocible.

En las Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada, de 1751, se señala que "en este despoblado se actúa y se opera según lo que coge de territorio su cercado, que lo está todo del derredor de piedra amurallado, con sus cubos, y tiene cuatro puertas arqueadas por donde se entre en él, cada una con su nombre, y tiene de Levante a Poniente cuatrocientos pasos, y de Norte a Sur cuatrocientos y diez, de circunferencia medio cuarto de legua".

Se hace saber también que en el despoblado solamente habita una persona, pobre de solemnidad para más señas, y por tanto exento de contribuciones: "... hay con residencia en dicho despoblado solamente un santero o ermitaño, que cuida de la iglesia. Hay una casa, con habitación alta y baja, en la que reside dicho ermitaño. Está separada de la iglesia y sirve para hospedería de la gente que de muchas partes baja a visitar a la Santa Imagen, que en dicha iglesia está colocada y se intitula del Realengo. Cuya casa es propiedad de su Majestad".

Respecto al castillo se describe así: "Hay un castillo, con su vivienda alta y baja, que está inhabitable. Tiene su atalaya y barbacana, y es propia de los poseedores de la Encomienda de Castro, que hoy lo es el Marqués de Galiano (se refiere a Juan Pablo Galiano y Chinarca, I Marqués de Galiano desde 1746), Caballero del hábito de Santiago, Intendente del Real Sitio de San Ildefonso, y se dice que antiguamente residían en él ocho comendadores, y como hoy no lo ejecutan, está dicha castillo destruido y arruinado por abandono".

Vista de la cerca de Castrotorafe en su sector oeste

Restos del puente derruido sobre el Esla

Vista del Castillo de Castrotorafe desde uno de sus cubos

Entrada principal a la villa, con restos de una de las puertas de su muralla

Restos del Castillo de Castrotorafe

Restos de la iglesia de Castrotorafe

Tronera de artillería en el Castillo