martes, 26 de enero de 2010

Ab urbe condita - Una breve historia de Benavente

Excavaciones en el área de la Mota Vieja en el año 1998

Los valles de los ríos Esla, Órbigo y Tera fueron, desde los tiempos más remotos, objeto de un poblamiento intenso y continuado, lo que se tradujo en el desarrollo de una gran diversidad de asentamientos. Son muy numerosos los yacimientos arqueológicos identificados en la comarca de los Valles de Benavente, con culturas que cubren un amplio arco cronológico: el Paleolítico, la Edad de los Metales, la época romana, la Edad Media, etc. Todo ello pone de manifiesto las favorables condiciones naturales de este territorio desde la Antigüedad para el desarrollo de las actividades agrarias, y el papel fundamental de los ríos como ejes del desarrollo económico y las comunicaciones.

Las campañas de excavación arqueológica emprendidas en Benavente durante los años ochenta del pasado siglo evidenciaron la existencia en la parte alta de la ciudad de una ocupación defensiva correspondiente a la I Edad del Hierro. El yacimiento, situado en los denominados Cuestos de la Estación, se localizaba al oeste del casco urbano, delimitado por las calles La Sinoga, Mirador de la Sinoga y los Cuestos de la Estación. A estos trabajos hay que añadir otras intervenciones arqueológicas posteriores, efectuadas como consecuencia de las obras de consolidación de los Cuestos y la construcción de un aparcamiento subterráneo en la zona de la Mota Vieja. Estos últimos sondeos permitieron constatar una mayor extensión del asentamiento original, con lo que este primer poblado fortificado adquiriría unas dimensiones ya considerables.

No será hasta la plena Edad Media cuando volvamos a documentar un asentamiento de cierta entidad. Los primeros testimonios escritos se remontan a la segunda década del siglo XII, en torno al año 1115. En ellos la población recibe el nombre de «Malgrad», y es identificada indistintamente como villa, castro y fortaleza, lo que nos está hablando de un enclave militar con funciones jerarquizadoras del territorio. En este contexto nuestra villa se verá involucrada en el proceso de repoblación y organización de territorios emprendido por los monarcas leoneses a lo largo y ancho del reino.

La repoblación de “Malgrad” fue realizada por el rey leonés Fernando II, probablemente en el año 1164. En esta fecha se debió conceder un primer fuero del que se conocen sólo algunos detalles. Sin embargo, en 1167 el mismo monarca realizó una segunda puebla con una renovación del contenido del fuero. Esta segunda redacción, conocida popularmente como Carta Puebla, es la principal joya del Archivo Municipal. En este ordenamiento Fernando II confía las labores de organización y reparto de las heredades a un grupo selecto de 21 pobladores. Los máximos responsables de la empresa serán el conde de Urgel y el noble Fernando Rodríguez. Cualquier persona que viniera a vivir a la villa y construyera en ella una casa adquiría la condición de vecino y tenía, por tanto, derecho a participar en el reparto de tierras y heredades. Además, la vecindad significaba la exención del pago de diversos impuestos y el disfrute de otros privilegios.

A raíz de la intervención real, la antigua Malgrad pasó a tomar el nombre definitivo de Benavente (muy probablemente en alusión a los buenos vientos). Conoció a partir de entonces un período de gran expansión que le llevó a alcanzar notoriedad en el contexto político del reino. En 1181 celebró aquí Fernando II un importante concilium, que fue seguido por la convocatoria de cortes por Alfonso IX en 1202 y 1228. En 1230 se consuma en Benavente la unidad definitiva de los reinos de León y Castilla, a través del acuerdo establecido entre Fernando III y sus hermanas Sancha y Dulce.

Durante los siglos XII y XIII se levanta un primer castillo, se amplia el casco urbano, se rodea de una muralla y se edifican la mayoría de las parroquias e iglesias (entre ellas las románicas de San Juan del Mercado y Santa María del Azogue). En el siglo XIII varios monarcas castellanos, como Alfonso X y Sancho IV, contribuyeron al desarrollo de la villa a través de la concesión de privilegios y mercedes de diverso tipo. Alfonso X otorgó en 1254 una feria franca de 15 días en torno a las fiestas de Pascua de Resurrección, mientras que Sancho IV promovió en 1285 una nueva puebla a través de una carta con diversas franquicias.


Vista del Castillo y Parador desde el puente de la Ría

Iglesia de Santa María del Azogue de Benavente

Iglesia de Santa María del Azogue

Vista de la Plaza del Grano

En el siglo XIV, como ocurre con la gran mayoría de las poblaciones leonesas de su entorno, Benavente atravesó un período de crisis manifestada en una merma importante de su vecindario y su actividad económica. La necesidad de remediar estos y otros males impulsó al monarca Enrique II a la concesión de un privilegio en 1370 por el que eximía a la villa del pago de tributos durante diez años.

El 1374, dentro de un contexto general de expansión y fortalecimiento de los grandes linajes castellanos, Benavente fue entregada, a título de ducado, por Enrique II, a su hijo natural, don Fadrique, fruto de sus relaciones con Beatriz Ponce de León y Aragón-Xérica. Don Fadrique es considerado uno de los llamados "epígonos Trastámaras", en la terminología acuñada por el profesor Luis Suárez Fernández. El fundador de la dinastía Trastámara tenía grandes planes para su bastardo, pues se proyectó su matrimonio con la infanta Beatriz, heredera de la corona portuguesa. Sin embargo, la citada unión no llegó a celebrarse y don Fadrique, acusado de todo tipo de delitos y desórdenes, acabó en desgracia dentro de la corte.

Durante este convulso período la villa sufrió en 1387 un cerco de dos meses por parte de las tropas angloportuguesas encabezadas por el duque de Lancaster. En el origen de esta invasión estaba la antigua reclamación del trono castellano por parte de Juan de Gante, duque de Lancaster, casado con Constanza, hija del rey Pedro I de Castilla. Esta pretensión se vio fortalecida con la derrota castellana frente a Portugal en Aljubarrota (1385). El fracaso castellano fue aprovechado por el duque inglés para desembarcar en La Coruña, ocupar Santiago y emprender una gran ofensiva contra el reino castellano con la ayuda de las tropas portuguesas. El asedio de Benavente se prolongó durante los meses de abril y mayo de 1387. Aunque no consiguieron rendir la plaza, dejaron tras de sí un paisaje de ruina y desolación.

A la prisión y muerte de don Fadrique en 1394, siguió el inmediato despojo de sus bienes. El título del ducado de Benavente revertió a la corona, y a continuación la villa fue cedida a la reina Catalina de Lancaster, pero el proceso de señorialización era ya imparable. Catalina de Lancaster, reina consorte de Castilla por su matrimonio con el rey Enrique III, fue "señora" de Benavente durante un breve lapso de tiempo. Para los benaventanos, el señorío de la reina fue interpretado como una vuelta de hecho al realengo, después de los turbulentos años padecidos por la villa durante el dominio del duque don Fadrique. Como recordarían años después los propios benaventanos, con la reina "habíamos olvidado todos los males y tribulaciones que habíamos sufrido y pasado, lo cual por nuestros pecados nos duró muy breve tiempo".

En 1398 el rey Enrique III concedió la villa como cabeza de un extenso señorío a don Juan Alfonso Pimentel, noble de origen portugués afincado en Castilla. Se crea así un condado asociado a uno de los linajes más poderosos del reino que habría de mantenerse hasta bien avanzado el siglo XIX.

Los siglos XV y XVI son la época de mayor esplendor del condado de Benavente. La colaboración y el apoyo constante prestado por los condes a los reyes es recompensando con todo tipo de mercedes y derechos que aumentan sus posesiones. Fruto de todo ello es el mecenazgo y patrocinio ejercidos por los Pimentel sobre la villa. Se funda el Hospital de la Piedad para el socorro de pobres y peregrinos, se levanta una nueva fortaleza-palacio, alabada reiteradamente por viajeros y cronistas, y se establece un patronato sobre el monasterio de San Francisco, sede del panteón familiar.

En relación con la obra de evangelización en el territorio americano debe destacarse la figura de Fray Toribio de Paredes o de Benavente, monje franciscano que dedicó buena parte de su vida al conocimiento de la cultura y las tradiciones de la población indígena. Su vida se caracterizó por una gran sencillez, tanto interior como exterior. El término «motolinía» con el que también se le conocía, es un vocablo indígena alusivo a la pobreza en su forma de vestir. Fray Toribio de Motolinía dejó escritos diversos tratados de carácter histórico y etnográfico, en los que defendió a los indios del mal trato que con frecuencia recibían de los colonizadores. Entre 1530 y 1531 participó en la fundación de la ciudad de Puebla de Zaragoza, también conocida como Puebla de los Angeles (México).

Monumento a Fray Toribio de Motolinía

Casa del Cervato o de los Rodríguez

Durante el siglo XVII el panorama social y económico de la villa parece que se resintió en algunos aspectos. Desde el punto de vista demográfico se aprecia una caída prolongada del contingente de vecinos. Sólo hacia finales de siglo comienza a percibirse cierta recuperación. Las causas deben buscarse en las adversas circunstancias socioeconómicas generales que afectaron al país. Las actas municipales del concejo dejan ver algunos de sus síntomas: malas cosechas, subida de los precios, continúas levas de soldados, etc.

A partir de 1640 la villa se vio afectada por la rebelión de Portugal, cuyo desenlace desembocaría en la independencia del país vecino en 1668. Aunque los hechos de armas más destacados tuvieron lugar en los territorios rayanos, buena parte de ellos estaban bajo la jurisdicción señorial de los Pimentel, como La Puebla de Sanabria. Hasta Benavente llegaron las consecuencias de aquel conflicto. Así, el castillo fue un arsenal durante esta contienda. En la villa se formó un ejército bajo las órdenes del conde Juan Francisco Pimentel como capitán general y en la campaña de 1641 se empleó la artillería de bronce que había en la fortaleza.

A lo largo del siglo XVIII se dejan sentir los ecos de la Ilustración. Personajes relevantes de este emergente ambiente cultural son la condesa-duquesa Mª Josefa Pimentel (1752-1834), el erudito e historiador José Ledo del Pozo (1753-1788) y el obispo de Oviedo, Agustín González Pisador (1709-1791), que pasó largas temporadas en su palacete de la calle de la Rúa y fue enterrado en Santa María del Azogue. Los sectores más dinámicos de la vida local promueven la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País de Benavente. Su finalidad principal era impulsar el desarrollo económico de la comarca.

En la etapa final del Antiguo Régimen Benavente se vio involucrada en los enfrentamientos derivados de la Guerra de la Independencia. Entre diciembre de 1808 y enero de 1809 la villa fue ocupada, primero por el ejército inglés, al mando del General Moore, que se retiraba hacia La Coruña, e inmediatamente después por el grueso ejército francés al mando del mismísimo Napoleón, que iba en su persecución. La fortaleza fue saqueada e incendiada, y otros episodios no menos lamentables se produjeron en monasterios, hospitales y otros edificios.

El siglo XIX está muy determinado por los vaivenes de la política nacional y las consecuencias de la Desamortización. Los monasterios más afectados fueron los de San Francisco, Santo Domingo y San Jerónimo. En todos ellos se extinguió la vida conventual y sus fábricas iniciaron un lento pero inexorable declive hasta su total desaparición. Durante los últimos años del siglo se desarrollan las obras del ferrocarril Plasencia-Astorga, cuya inauguración oficial fue celebrada con gran entusiasmo popular el 21 de junio de 1896.

La siguiente centuria arranca con la demolición del castillo y la pérdida del recinto murado. En 1929 Alfonso XIII concede a Benavente el título de ciudad, iniciativa que, a pesar de su incuestionable valor testimonial, no tuvo demasiadas repercusiones en la vida social y económica. Durante los años 60 y 70, al hilo del Desarrollismo imperante, se pierde una parte significativa del patrimonio arquitectónico (iglesias de San Andrés, San Nicolás, Santa María de Renueva, y los monasterios de Sancti Spíritus, Santa Clara y San Bernardo).

A finales de este siglo asistimos a un nuevo impulso demográfico y un gran desarrollo espacial del casco urbano. Los elementos clave de este crecimiento deben buscarse ahora en la construcción de nuevas autovías, el Centro de Transportes y el papel de la ciudad como centro logístico y de comunicaciones, todo ello sin haber perdido en ningún momento su vocación de cabecera de la comarca y el peso tradicional de sus ferias y mercados.

Castillo y Parador de Benavente

miércoles, 13 de enero de 2010

¡A tierra puto! - El conde de Benavente y la "farsa de Ávila"

La farsa de Ávila. "Atentado de Ávila, contra Enrique IV (1465)". Litografía a dos tintas; imagen 159 x 236 mm, en h. de 255 x 356 mm.  Inscripción en la parte superior de la imagen: "HISTORIA DE LA VILLA Y CORTE DE MADRID."

¡A tierra puto! gritaba, con rabia, el conde de Benavente mientras derribaba y pisoteaba en el suelo la efigie del rey Enrique IV. Previamente, junto con lo más selecto de la nobleza castellana rebelde, había arrebatado a aquel pelele improvisado el cetro, uno de los símbolos del poder de la realeza. Estos graves y trascendentales hechos se producían al pie de las murallas de Ávila, ante la mirada atónita de los vecinos, un 5 de junio de 1465.

Una mirada rápida al contexto político del reino en torno a esta fecha pone de manifiesto que esta actitud no era producto de un arrebato de Rodrigo Alfonso Pimentel, IV conde de Benavente (1461-1499). Varios acontecimientos relevantes, y concatenados, se producían en el reino de Castilla en aquellos meses convulsos del reinado de Enrique IV (1454-1474).

En 1462 nace Juana de Trastámara, hija de Enrique IV de Castilla y Juana de Portugal, que es nombrada inmediatamente heredera al trono. Pero, dado que el rey no había tenido descendencia de su anterior matrimonio con Blanca de Navarra y era tenido por impotente, corrió rápidamente el rumor en la Corte de que el verdadero padre de Juana era un poderoso noble llamado Beltrán de la Cueva, más tarde primer duque de Alburquerque y personaje de la máxima confianza del monarca.

En 16 de mayo de este mismo año, pocas semanas después del nacimiento de Juana, el rey castellano enviaba una carta exhortando al conde de Benavente a que prestara juramento a la infanta. Por su interés reproducimos su contenido, siguiendo la transcripción publicada por José Ramón Tantín Usinas:

“Yo el Rey envío mucho saludar a vos don Rodrigo Pimentel, conde de Benavente, mi vasallo e del mi consejo, como aquel que amo e preçio e de quien fio. Bien sabedes o deudedes saber que segund derecho e leyes e fasañas destos mis Regnos, el fijo varón legítimo primogénito, que al Rey nasçe, es heredero e subçesor en los dichos Regnos, e non aviendo fijo varón, es heredera e subçesora la fija legítima primogénita, e por tal heredero e subçesor ha de ser tomado e resçebido e jurado por los Perlados e Grandes e otras personas de los dichos mis Regnos, lo qual siempre se usó e acostumbró así. E agora, como sabedes, a nuestro señor Dios plogo de me dar en la muy ilustre Reina doña Juana, mi muy cara e muy amada e legítima muger, a la muy ilustre princesa doña Juana, mi muy cara e muy amada fija primogénita, a la cual el infante don Alonso mi muy caro e muy amado hermano e los perlados e grandes e caualleros que en mi corte estaban e los procuradores de las çibdades e villas de mis Regnos, que por mi mandado aquí son venidos en esta villa de Madrid, a treinta días deste presente mes de mayo, todos unánimes, pública e solepnemente, reconociéndolo susodicho e conformándose con las dichas leyes de mis Regnos e fasañas e antigua costumbre dellos, desde agora para después en mis días la tomaron e reçebieron por su Reyna e Señora natural dellos e de guardar su vida e salud e honra e estado e que le serán leales e verdaderos e obedientes vasallos en todas las cosas, segund que mejor o más cumplidamente lo deben ser e fueron a mi e a los otros reyes mis antecesores de gloriosa memoria. Lo qual prometieron de guardar e conplir realmente e con efecto, non quedando de mi fijo varón legítimo, de legítimo matrimonio nascido, al tiempo que a nuestro señor Dios plaserá de me trasladar desta vida presente. E por guarda e seguridad de aquesto fisieron pleito e omenaje e juramento en deuida forma, segund más largo en el ynstrumento dello se contiene, el traslado del qual será mostrado, firmado del mi seqretario juso scripto. Fágouos lo saber porque es razón, e yo vos ruego e mando, sy serviçio e placer me deseades faser, que vos asymesmo prestedes e fagades a la dicha princesa mi muy cara e muy amada fija primogénita, el dicho juramento e pleito omenaje, segund que el dicho ynfante mi hermano e los dichos perlados e grandes e caualleros que aquí están e los dichos procuradores de mis Regnos lo fisieron, en lo qual faredes lo que deuedes e lo que segund derecho e leyes e fasañas e antigua costumbre de los dichos mis Regnos soys tenudo, e yo lo reçibiré en muy agradable e señalado plaser e serviçio. El testimonio de lo qual me enviad con Johan de Valle, mi vasallo, que sobre esto os envío. Dada en la villa de Madrid XVI días de mayo año de LXII. Yo el Rey. Por mandato del Rey, Alvar Gomes”.

Entre 1463 y 1468, algunos de los principales linajes de la alta nobleza protagonizan una rebelión contra Enrique IV. El irresistible ascenso político de Beltrán de la Cueva y de otros nobles advenedizos fue contemplado con desconfianza por los linajes de la vieja nobleza castellana. A ello hay que añadir la denuncia de la ilegitimidad de Juana, ante la sospecha de que el rey no podía consumar, supuestamente, sus matrimonios. Tal acusación era en su época, independientemente de su fundamento, una poderosa arma política.

El monarca, presionado y sin suficientes apoyos, reconoció como heredero a su medio hermano Alfonso, como exigían los desafectos. Pero tras la Sentencia arbitral de Medina del Campo (16 de enero de 1465), desfavorable a los intereses del monarca, Enrique IV da marcha atrás en los planes sucesorios y decide hacer frente a la rebelión.

Entre los linajes nobiliarios que desde un principio muestran su apoyo a Enrique IV se encuentran los Osorio, señores de Villalobos, cuya actitud tendrá inmediatamente su cumplida recompensa. El día 16 de julio de 1465 Enrique IV concedió la ciudad de Astorga con sus términos y jurisdicción a Álvaro Pérez Osorio, conde de Trastámara, señor de Villalobos y Castroverde y alférez mayor del Pendón de la Divisa, con el título de marqués.

El establecimiento del señorío sobre Astorga da lugar a la reacción inmediata de los condes de Benavente y Luna, alarmados por el fortalecimiento de su tradicional competidor, tanto en el territorio leonés como, a escala general, en la coyuntura político-militar. El 21 de octubre de 1465, desde Arévalo, el ahora proclamado rey Alfonso hace merced al conde de Benavente de los bienes que fueron de Diego de Losada, incautación que se justifica a por su deslealtad y por seguir el partido del destronado Enrique IV. Entre estos bienes se alude al señorío de la mitad de la villa y fortaleza de la Puebla de Sanabria, con todos sus términos y otros derechos que pertenecieron a los Losada.

La familia de Rodrigo Alfonso Pimentel, IV conde de Benavente

Enrique IV de Castilla, según el manuscrito de Jörg von Ehingen (1455)

El príncipe Alfonso aclamado como rey en Ávila [Grabado popular del siglo XIX coloreado]

Para el erudito benaventano Ledo del Pozo, siempre complaciente con las iniciativas de los Pimentel, el conde actuaba en estos acontecimientos instigado por Juan Pacheco, marqués de Villena, jefe de los amotinados y de otros grandes, atrayéndole con la promesa de matrimonio con su hija María Pacheco. El poderoso marqués de Villena, muy versado en las intrigas de la Corte, estaba descontento con el trato de favor de Enrique IV a sus rivales: los Mendoza y el valido Beltrán de la Cueva. Así que “tomó con ellos partido conteniendo la rebelión, que en nombre del rey D. Alonso mantenían en Castilla”.

Mientras Rodrigo Alfonso Pimentel celebraba sus bodas en Peñafiel en 1466 con la de Villena, el marqués de Astorga pasó a apoderarse de las villas y lugares del conde. Muchos pueblos pequeños y sin murallas no pudieron resistirse, “no así esta Villa de Benavente que rechazó con su acostumbrado valor al enemigo”.

Así pues, entre los conjurados figura desde un principio el conde de Benavente, que es señalado por los cronistas como uno de los cabecillas que en aquella peculiar ceremonia deponen en efigie al monarca y entronizan al infante Alfonso, también conocido como Alfonso XII de Castilla o Alfonso de Ávila, con apenas 11 años de edad. Es la llamada “farsa de Ávila”, el 5 de junio de 1465.

Así describe el esperpéntico episodio el cronista Diego de Valera en su "Memorial de diversas hazañas":

"Los grandes del reino que en Ávila estaban con el príncipe don Alfonso determinaron de deponer al rey don Enrique de la corona y cetro real, y para lo poner en obra eran diversas opiniones, porque algunos decían que debía ser llamado e se debía hacer proceso contra él, otros decían que debía ser acusado ante el Santo Padre de herejía e de otros graves crímenes e delitos que se podrían ligeramente contra él probar [...]Ninguna cosa les parecía ser más conveniente, ni que más sabiamente se pudiese hacer que la privación del tirano, al cual fallecía vigor del corazón e prudencia e esfuerzo e todas las otras habilidades que a buen príncipe convienen. Ninguna otra cosa le quedaba, salvo nombre de rey, el cual quitado él era todo perdido, lo cual no era cosa nueva en los reinos de Castilla e de León, los nobles e pueblo de ellos elegir rey e deponello [...] Para lo cual, en un llano que está cerca del muro de la ciudad de Ávila se hizo un gran cadahalso [...] e allí se puso una silla real con todo el aparato acostumbrado de poner a los reyes, y en la silla una estatua, a la forma del rey don Enrique, con corona en la cabeza e cetro real en la mano, y en su presencia se leyeron muchas querellas que ante él fueron dadas de muy grandes excesos, crímenes e delitos [...] e allí se leyeron todos los agravios por él hechos en el reino, e las causas de su deposición, aunque con gran pesar y mucho contra su voluntad. Las cuales cosas así leídas, el arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo, subió en el cadahalso y quitóle la corona de la cabeza, como primado de Castilla, y el Marqués de Villena, don Juan Pacheco, le quitó el cetro real de la mano [...] y el conde de Plasencia, don Álvaro de Estúñiga, le quitó la espada, como Justicia Mayor de Castilla, y el Maestre de Alcántara, don Gome Solís [...] y el conde de Benavente, don Rodrigo Pimentel, y el Conde de Paredes, don Rodrigo Manrique, le quitaron todos los otros ornamentos reales y con los pies le derribaron del cadahalso en tierra y dijeron: «¡A tierra, puto!». Y a todo esto gemían y lloraban la gente que lo veían. E luego, incontinente el príncipe don Alfonso subió en el mismo lugar, donde por todos los grandes que ende estaban le fue besada la mano por rey y señor natural de estos reinos".

Paseo de las murallas de Ávila, según una fotografía antigua

Puerta de San Vicente de Ávila, según una fotografía antigua

Moneda acuñada por Enrique IV. Anverso: ENRICVS CUARTVS DEI GRA alrededor del rey sentado en el trono con espada en mano. Reverso: ENRICVS REX CASTELLE ET LEGIONIS alrededor de un cuartelado de castillos y leones. Tipo de moneda: ENRIQUE. Ceca: SEVILLA. Peso: 4.50 GR. Medida: 25 mm. Año de acuñación: 1454-1474 [maravedis.or].

A los agravios denunciados por los nobles, añade Alonso de Palencia, el cronista enemigo del rey y portavoz de dicha liga: "las acusaciones de la obstinación con que se aumentaban los gravámenes de los pueblos y de la corrupción cada vez más escandalosa, y se vino a decretar la sentencia de destronamiento y la extrema necesidad a que obedecían los que iban a ejecutarlo".

Por su parte, Diego Enríquez del Castillo, cronista y capellán de Enrique IV, nos ha transmitido otro relato complementario de la deposición simbólica del rey:

“... mandaron hacer un cadahalso... en un gran llano, y encima del cadahalso pusieron una estatua asentada en una silla, que descían representar a la persona del Rey, la cual estaba cubierta de luto. Tenía en la cabeza una corona, y un estoque delante de sí, y estaba con un bastón en la mano. E así puesta en el campo, salieron todos aquestos ya nombrados acompañando al Príncipe Don Alonso hasta el cadahalso...Y entonces...mandaron leer una carta mas llena de vanidad que de cosas sustanciales, en que señaladamente acusaban al Rey de quatro cosas: Que por la primera, merescía perder la dignidad Real; y entonces llegó Don Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, e le quitó la corona de la cabeza. Por la segunda, que merescía perder la administración de la justicia; así llegó Don Álvaro de Zúñiga, Conde de Plasencia, e le quitó el estoque que tenía delante. Por la tercera, que merescía perder la gobernación del Reyno; e así llegó Don Rodrigo Pimentel, Conde de Benavente, e le quitó el bastón que tenía en la mano. Por la quarta, que merescía perder el trono e asentamiento de Rey; e así llegó Don Diego López de Zúñiga, e derribó la estatua de la silla en que estaba, diciendo palabras furiosas e deshonestas”.

La revuelta se prolongará durante tres años más, hasta la muerte de Alfonso en 1468. No obstante, la cuestión sucesoria no quedará resuelta. Los partidarios de Alfonso prestarán ahora su apoyo a la hermanastra del rey, Isabel, en contra nuevamente de Juana la Beltraneja. Para entonces nuestro conde ya estaba practicando un doble juego, con apoyos puntuales a uno u otro bando en función de sus intereses patrimoniales. En este mismo año de 1468 Enrique e Isabel firman el Tratado de los Toros de Guisando, que pone fin provisionalmente al conflicto. Enrique consigue pacificar el reino al aceptar como heredera a Isabel, reservándose el derecho de supervisar y concertar su matrimonio.

Con todo, el conde benaventano no salió mal parado de este proceso de crisis política y guerra civil, dentro del habitual sistema de concesión de mercedes a los partidarios y de confiscaciones a los declarados rebeldes. La coincidencia continua de este conde con el bando vencedor en cada momento explica que la cuantía de villas, juros, etc., fuera mucho mayor que la de sus antecesores.

La farsa de Ávila, por Antonio Pérez Rubio (1881) Museo del Prado

Proclamación de Isabel I como reina, en Segovia el 13 de diciembre de 1374

Proclamación de Isabel I [Grabado popular del siglo XIX coloreado]

Isabel I de Castilla, según un anónimo flamenco de finales del siglo XV