martes, 31 de marzo de 2009

In vino veritas - Vinos y viñedos en el concejo de Benavente


La vendimia en el calendario agrícola de San Isidoro de León

Como ya sentenció Plinio el Viejo en su Historia Universal: in vino veritas, en el vino está la verdad o, visto desde otra perspectiva, la verdad se revela a quienes se dejan atrapar por su embrujo. La fascinación del hombre por el preciado néctar es tan antigua como los propios orígenes de la civilización. Su influjo se extiende universalmente por todos los pueblos y culturas. En torno al vino se ha forjado todo un universo de palabras para describir sabores y aromas, toda una liturgia para conservarlo y servirlo, y todo un arte para distinguir y apreciar sus calidades.

El cultivo de la vid en la región de Benavente y los Valles tiene un origen antiquísimo, estando atestiguado, al menos, desde la época de la colonización altomedieval. Ya en el siglo X son frecuentes las cartas de compra, venta, donación, permuta, etc., en las que el objeto de la transacción son viñas, bien de forma aislada, o bien formando parte de unidades de explotación más amplias: las heredades.

Desde el siglo XIV se pone de manifiesto una situación de autoabastecimiento en la villa en relación con la producción de vinos, circunstancia que conocemos mediante un privilegio otorgado por Alfonso XI en 1338 al concejo. Según informaba Alfonso Yáñez, vecino de la ciudad y canciller del infante don Enrique, en la villa había "grant pieça de vinnas e abondamiento de vino de uuestra cogecha para todo el anno".

Con este panorama, el concejo intentó a toda costa evitar la competencia de los caldos foráneos, elaborando unas ordenanzas proteccionistas. La principal preocupación era evitar la entrada del denominado vino de acarreo o de fuera aparte. Se fijaban también unas fechas límite para poder encubar el mosto autóctono en las bodegas de la villa. El plazo comprendía desde el día de la vendimia hasta la festividad de San Andrés. Sin embargo, estas ordenanzas, así como otras disposiciones posteriores relacionadas con la protección del viñedo, no debieron ser suficientes para evitar la presencia de vinos de otras regiones en la villa. Su condición de centro de intercambios de comarcas de diversa orientación económica debió favorecer la afluencia de caldos de diversa procedencia. Por otra parte, la observancia de las disposiciones concejiles pasaba por un férreo control de los accesos a la ciudad, y en particular una rigurosa vigilancia de la muralla y sus diferentes puertas. Esto no siempre era posible, y como muchas viviendas contaban con su propia bodega debía ser relativamente fácil eludir a los fieles del concejo.

Unas ordenanzas del siglo XV sobre el llamado vino de fuera aparte ponen de manifiesto la existencia de un floreciente comercio clandestino de vino, que utilizaba los arrabales y despoblados cercanos a la villa como base de operaciones. Para acabar de complicar la situación, la llegada de los Pimentel al señorío de la villa a partir de 1398 vino a suponer un nuevo agravio para la actividad vitivinícola benaventana, al menos en un principio. En un memorial enviado por el concejo en 1400 a Enrique III, los vecinos se quejaban de que el conde Juan Alfonso Pimentel "mientras el su vino se vende manda a los pregoneros de la villa que non apregonen otro vino commo el suyo, por lo qual rresçiben muy grande agravio, e lo vno por los non dar lugar para vender su vino, el otro por lo vender mucho mas caro".

En las Ordenanzas de la Villa de Benavente del siglo XVII se vuelve de nuevo sobre el viejo asunto del vino de fuera aparte, reiterando una vez más la prohibición de introducirlo en la villa, arrabales o alrededores. Además de la consiguiente multa al infractor, el vino, mosto, calda o uvas confiscados son expuestos públicamente en el Corrillo de San Nicolás. Los odres contenedores del preciado líquido deben ser apuñalados y la uva quemada en sus cestos.

En cuanto al vino admitido en la villa, esto es el procedente de la cosecha de los herederos poseedores de viñas autóctonas, debe respetar un calendario para poder ser vendimiado y encubado dentro de los muros de la ciudad. Se pretende así evitar la entrada de mostos no fiscalizados por el concejo, o bien el hacer pasar vino foráneo por el local. Dos eran los impuestos más importantes que gravaban los caldos benaventanos. Por una parte estaba la alcabala, impuesto de carácter real que suponía un 10 % del valor de las mercancías. En Benavente las alcabalas estaban en manos del Conde, y por tanto la alcabala del vino estaba también bajo su control. La otra gabela era la sisa, también cobrada en el acto mismo de la compraventa del producto, y que en nuestra ordenanza se describe como un derecho perteneciente a la Corona.

Según las citadas ordenanzas, en Benavente se comercializaban tres variedades de vino: tinto, blanco y aguapié. Respecto a los dos primeros no sabemos cuál de ellos era el más apreciado, aunque lo habitual en otras villas de la región era que el blanco alcanzara un mayor precio en los mercados. En cuanto al aguapié, se trataba de un vino de muy baja graduación y calidad que se obtenía echando agua en el orujo pisado y apurado en el lagar. Su precio era, obviamente, muy inferior al de los caldos de calidad, pero algunas veces se hacía pasar fraudulentamente por vino genuino, lo que explica un epígrafe de la ordenanza dedicado a este particular.

Privilegio de Alfonso XI al Concejo de Benavente sobre el vino de fuera aparte (1338)
   
Almacenes de vino de Juan Otero Colino en Benavente hacia 1914 (Foto cortesía de Bodegas Otero)

Las viñas constituían un cultivo predominante, junto con el cereal, en el terrazgo benaventano. La importancia del viñedo queda reflejada en sus continuas alusiones en la documentación municipal y en las cartas de compraventa. Por otra parte, muchas de las casas de los vecinos contaban con su bodega, lagares, cubas, tinas, vigas u otros instrumentos de vinificación, prueba evidente del grado de autoabastecimiento existente entre la población. Aunque los cultivos estaban distribuidos por todo el término, había ciertos pagos especializados por sus favorables condiciones edafológicas, como ocurría con las zonas del río Salado, San Lázaro, Valleoscuro, Valcarrero, el Camino de Astorga, o el Prado de las Viñas. Estas explotaciones estaban generalmente próximas a la red de caminos y relacionadas con antiguas aldeas y núcleos de población (Brive, San Lázaro, Azoague, etc.), herencia a su vez del antiguo poblamiento altomedieval. Todo ello favorecía el acceso a las tierras, la vigilancia y el transporte de un producto sumamente delicado y perecedero hacia los lagares y bodegas de la villa.

La producción de vino era tan apreciada y codiciada que los oficiales concejiles pusieron especial empeño en su protección y vigilancia. Cuando las circunstancias lo exigían, en época de maduración del fruto o de vendimia, los propios agricultores ponían guardas por turnos, que llegaban incluso a dormir en los bacillares. Muchos eran los enemigos que tenían las cepas: el ganado, los cazadores, los perros, los pájaros y, particularmente, los ladrones. El concejo benaventano venía legislando desde antiguo sobre la vigilancia de los viñedos. Así el Libro de Actas de 1434 incluye una Ordenanza del viñedo plantado cerca del río Salado, en el que, a su vez, se hace alusión a otras normas redactadas con anterioridad en la misma línea: "por cuanto el conçejo desta dicha villa tiene fecho ordenança de como se a de guardar los cotos de las viñas e panes desta dicha villa la qual sería qui largo de espeçificar".

En torno al río Salado se concentraban en el siglo XV un buen número explotaciones vitivinícolas, por lo que los vecinos y moradores en Brive, San Lázaro y Villanueva de Azoague, debían de poner especial cuidado en el cumplimiento del ordenamiento. Una nueva Ordenanza sobre la guarda del viñedo se redacta en 1470, dirigida a proteger el fruto de la vid, tanto de personas como de animales. Las penas son particularmente severas, pues aparte de la consiguiente multa se prevén castigos físicos: "que le den por esta villa çinquenta açotes", o la exposición a la vergüenza pública: "que esté en un çesto tres horas en la picota". Para el año 1497 contamos con unas Ordenanzas sobre guardas de viñas y cotos, que se den por condición a los arrendadores, que vienen a abundar en la misma problemática.

En las ordenanzas del siglo XVII el asunto central es el robo de uvas. Solía hacerse de noche, utilizando cestos y capas, aprovechando la menor vigilancia o la impunidad que proporcionaba la oscuridad. Los asaltantes utilizaban disfraces para no ser reconocidos y, con frecuencia, empleaban la violencia o las amenazas contra los vigilantes. La multa prevista para estos delincuentes era de 400 mrs. si el daño se producía a la luz del día y 800 mrs. si se realizaba con nocturnidad. Todo ello es fiel indicio del gran peso económico que se otorgaba a la producción y comercialización del vino en el concejo.

Viñedos en Castro Ventosa (Cacabelos)

martes, 24 de marzo de 2009

El Libro Becerro del VI Conde de Benavente - La contaduría de la casa Pimentel


Detalle de la placa del Libro Becerro del VI Conde de Benavente

El VI conde de Benavente

Antonio Alfonso Pimentel (1514-1575), VI Conde y III Duque de Benavente (1530-1575), fue hijo del V Conde, Alonso Pimentel, y de Ana Hernández de Velasco y Herrera. Nació en Benavente en 1514. Fue titular del condado de Benavente tras la muerte del primogénito de la familia, Rodrigo Pimentel, pues aunque éste llegó a ser V conde de Mayorga, nunca pudo gozar de la posesión del cetro de la casa. Según Fernández de Oviedo en sus “Batallas y Quinquagenas”, “este murió en edad de seys años”.

Antonio Alfonso Pimentel casó con Luisa Enríquez y Girón, hija de Fernando Enríquez, V Almirante de Castilla, y de María Girón. Fue uno de los nobles más destacados e influyentes del reinado de Carlos V, acompañando al emperador en algunos de sus viajes europeos. Participó activamente en 1535 en la campaña de Alemania y en la famosa expedición a Túnez contra Barbarroja. En 1554 su palacio-fortaleza de Benavente alojó durante varios días al entonces príncipe Felipe, futuro Felipe II. El relato de la estancia de la comitiva real en el palacio, y en otros espacios señoriales de recreo, tales como el Jardín y El Bosque, fue descrito con todo lujo de detalles por Andrés Muñoz. En 1567 fue nombrado virrey y capitán general del reino de Valencia, cargos que desempeñaría hasta 1571.

Durante el reinado de Felipe II mantuvo su vinculación y lealtad a la corona. Acompañó al monarca en 1548-1549 en su viaje a los Paíse Bajos, asistiendo a los numerosos festejos y agasajos que se realizaron al paso de la comitiva real. En 1565 formó parte del cortejo que llevó a la reina Isabel de Valois a Bayona.

Las crónicas describen a Antonio Pimentel como un personaje amante de las artes y las letras. Entre su cultivada corte de servidores cabe destacar a su secretario, Antonio de Torquemada, autor de diversas obras de gran difusión en su época como los "Colloquios satíricos" o el "Jardín de Flores curiosas".

Murió el conde en Valladolid, el 20 de febrero de 1575, "entre las diez y las once, antes de media noche". En su testamento expresaba su deseo de que "mi cuerpo sea sepultado en el monesterio de San Francisco de la mi villa de Benavente, en la capilla mayor donde están los cuerpos de los muy illustres señores don Alonso Pimentel y doña Ana de Velasco y de Herrera, su muger, conde y condesa de Benavente, mis padres, y del muy illustre señor conde don Rodrigo Alfonso Pimentel, mi abuelo, y de los otros mis señores anteçesores que en gloria sean, y que allí pongan y entierren mi cuerpo en la bóbeda del dicho enterramiento, a los pies de los dichos señores mis padres, llanamente, sin poner piedra ni tumba enzima".

Ledo del Pozo, en su "Historia de la nobilísima villa de Benavente, indica que sus hijos fueron los siguientes:

- Don Luis, VII conde.
- Don Juan Alfonso, VIII conde.
- Doña María, mujer de don Fadrique de Toledo, IV duque de Alba, conde de Salvatierra. Felipe II creó a doña María duquesa de Huéscar, por cuyo motivo han usado desde entonces este título las mujeres de los primogénitos de los duques de Alba.
- Doña Luisa, mujer de don Juan Álvarez de Toledo, V conde de Oropesa y Deleitosa.

Sin embargo, Domingo de Ascargorta en su "Origen de los Condes Duques de Benavente y su apellido Pimentel" recoge una descendencia  bastante más numerosa, con un total de 11 hijos:

- Don Luis Alfonso Pimentel, conde de Mayorga.
- Don Juan Alfonso Pimentel, conde de Luna.
- Don Alonso Pimentel.
- Don Pedro Pimentel.
- Don Jerónimo Pimentel.
- Don Francisco Pimentel.
- Don Antonio Pimentel.
- Don Fernando Pimentel.
- Doña Luisa Pimentel, que casó con don Juan Álvarez de Toledo, quinto conde de Oropesa.
- Doña María Pimentel, que casó con don Fadrique de Toledo, duque de Huesca (sic), primo segundo del duque de Alba.
- Doña Ana Pimentel, que murió doncella.

La familia de Antonio Alfonso Pimentel, VI conde de Benavente


El manuscrito

Este manuscrito proporciona una ingente la información sobre los estados del condado de Benavente a mediados del siglo XVI. Al margen de su indudable interés histórico y documental, constituye por sí mismo una auténtica joya bibliográfica. Presenta una encuadernación mudéjar de las denominadas "de cartera", compuesta de una cubierta de piel adornada de lacerías con cintas y ocho estrellas, también bordadas, con el mismo sistema. La parte interior fue forrada con badana, revelándose todas las puntadas de las lacerías.

La encuadernación en cartera, junto con los cueros repujados y los motivos platerescos son algunos de los elementos definidores de la encuadernación española del Renacimiento. La influencia mudéjar se manifiesta en la profusión de figuras geométricas, lacerías, cruces, manecillas de metal, así como por el uso de terciopelos y filigranas de oro y plata. Durante todo el siglo XVI persiste en la Península el estilo mudéjar en la encuadernación, que coexiste con otras corrientes artísticas foráneas. Los fundamentos de esta técnica de la cartera fueron establecidos por los guadamacileros en los siglos XIII y XIV. Las cubiertas de cartera nacieron para salvaguardar con mayores garantías los libros, siendo complementadas habitualmente con cierres basados en correas y hebillas. Uno de los focos principales de esta modalidad de encuadernación fue la ciudad de Toledo, donde los artesanos judíos y algunos clérigos revestían los libros siguiendo estas técnicas.

El estado general de conservación del manuscrito es muy aceptable, aunque a lo largo de su historia ha debido sufrir diversas alteraciones. Además, el libro fue sometido a una cuidada restauración en los años 1985 y 1986. En el siglo XVII era descrito de la siguiente manera: “...un libro de papel de marca mayor, dorados los cantos de las hojas, forrado en baqueta carmesí, pespuntada la cubierta con trencilla de seda cabellada, con una correa del mesmo cuero con un remate a la postre de plata en que está un escudo con cinco conchas a la mano derecha y dos castillos y un león a la izquierda”.

Sirve de cierre al ejemplar una correa central que envuelve la solapa y rodea toda la encuadernación. La correa está jalonada de veneras de plata, noble remache y refuerzo de cada uno de los orificios. Se completa el conjunto con una hebilla o pasador de plata y una placa del mismo metal, todo ello de genuina inspiración plateresca. Dada la calidad de la labor de platería, y de la documentación existente sobre la compra de diversos objetos de este metal por parte del VI conde a partir de 1530, la autoría de estas piezas se ha puesto en relación con la producción del platero Antonio de Arfe (ca.1505-1575).

La decoración del pasador o hebilla tiene una disposición simétrica, con una pareja de personajes tocados con casco y, sobre ellos, dos dragones o grifos con sus cabezas opuestas.

La placa es una pieza de gran belleza plástica. Por su tamaño y diseño sobrepasa con creces sus fines prácticos para convertirse en un elemento de ostentación y realce de todo el códice. Fue concebida como un auténtico ex libris, remate acorde con la distinción de su propietario y el valor otorgado a su contenido. De forma rectangular, con un apéndice triangular, está claveteada con sus correspondientes remaches en la parte posterior para fijarse a la correa. Tiene su reverso presidido por una concha muy estilizada, grabada con finas incisiones y rodeada por lambrequines. Hay que recordar que la concha o venera fue un motivo decorativo habitual, no sólo en el escudo de los Pimentel, sino en toda la iconografía y la edilicia asociada a la familia.

En su anverso lleva por motivos principales las cinco veneras del linaje Pimentel, a la izquierda, y las armas de los Enríquez, almirantes de Castilla, a la derecha. Estos asuntos están enmarcados por una moldura de finos listeles y una delicada cenefa a base de roleos y flores. En la parte inferior, rodeado de cortinajes, hay un medallón de talla renacentista. Cobija el tondo un personaje de reminiscencias clásicas, una representación alegórica del sexto titular de la casa de Benavente, Antonio Pimentel, bajo la efigie de Hércules o Heracles tocado de la piel del león de Nemea.

Según el relato de la mitología clásica, el primero de los doce trabajos de Heracles fue matar al león de Nemea y despojarle de su piel. El fiero animal había estado aterrorizando los alrededores, y tenía una piel tan gruesa que resultaba impenetrable a las armas. Heracles intentó en vano desollar al león. Por fin Atenea, disfrazada de vieja bruja, ayudó a Heracles al advertir que las mejores herramientas para cortar la piel eran las propias garras del león. De esta forma, gracias a la intervención de Atenea, consiguió el héroe la piel del león, que desde entonces vistió a modo de armadura. Durante la Edad Media y el Renacimiento el mito de Hércules se convirtió en un exponente de las virtudes asociadas a los miembros de la nobleza.

Libro Becerro del VI Conde de Benavente (1545)

La vinculación entre el hijo de Zeus y Alcmena, y la iconografía de la casa condal de Benavente es bien conocida. Según recoge Antonio de Torquemada en su descripción del Jardín del Conde estaba “a la entrada de él un gran patio, que en las paredes de él estaban pintados los trabajos de Hércules con algunas historias del Rey David”. Igualmente, una cabeza de un joven Hércules con la piel del león de Nemea se conserva en el Monasterio de Santa Clara, muy probablemente de la misma procedencia y de cronología romana.

Nuestro manuscrito es una fuente de tipo hacendístico de carácter sistemático. Es un completo inventario de los derechos, rentas y bienes pertenecientes a los condes de Benavente en las villas, aldeas y lugares de su jurisdicción. Como muchos de estos derechos estaban asociados a la participación fiscal en las rentas del Concejo de Benavente se copiaron in extenso las ordenanzas municipales correspondientes. Por todo ello el valor histórico de todo este corpus documental es muy apreciable.

El núcleo central del texto fue redactado en torno al año 1545, bajo el mandato, como se ha dicho, del VI Conde, pero con posterioridad se fueron añadiendo anotaciones con otros derechos complementarios, donde no faltan rectificaciones y aclaraciones. En total el libro se compone de 468 folios, aunque de ellos solamente los 357 primeros están escritos. 451 folios están foliados y los 17 últimos sin foliar. Sus medidas son 420 x 295 mm. Su primer folio lleva el siguiente encabezamiento: "Libro Bezerro. Su formación. Año de 1545".

Complemento y ayuda muy recomendable para manejar el ejemplar es el denominado "Índice del libro Becerro". Se trata de un pequeño cuadernillo suelto de 425 x 150 mm., encuadernado en piel, en el que se recogen los distintos pueblos y lugares por orden alfabético, con la indicación del número de folio donde se encuentran.

En los folios 345-348 hay un auto de 21 de marzo de 1670 que se inserta bajo el título: "Antigüedad y authoridad que tiene este Libro Becerro". En él se consigna la confección del libro en 1545 bajo el mandato de Antonio Pimentel y Luisa Enríquez. Pare ser que en este año de 1670 la Contaduría del Conde sometió este manuscrito a una profunda revisión, pues se trataba del instrumento fundamental para la justificación y recaudo de las rentas señoriales. Fruto de todo ello es una extensa diligencia de autentificación, avalada por el testimonio de varios testigos. Entre los firmantes aparece Domingo de Ascargorta. Este personaje es el autor de una obra, aún inédita, denominada "Origen de los Exmos Señores Condes Duques de Benavente y de su apellido Pimentel", manuscrito de 1656.

A partir de 1771, tras el matrimonio de la XV condesa-duquesa de Benavente, María Josefa Pimentel, con Pedro de Alcántara Téllez-Girón, IX duque de Osuna, se extingue el linaje Pimentel y todos sus títulos y propiedades fueron incorporados al patrimonio de esta importante familia noble española. A mediados del siglo XIX, con la quiebra de la Casa de Osuna y el desmantelamiento del patrimonio señorial, se produce la venta y subasta de sus bienes muebles e inmuebles. De esta forma, una parte importante de las propiedades originarias de los Pimentel en la provincia de Zamora, más de 9.000 hectáreas en total, fueron adquiridas, en los años 1869 y 1870, por Fernando Fernández Casariego. Debió ser en este momento cuando el “Libro Becerro del VI Conde de Benavente” pasó al patrimonio familiar de este hidalgo asturiano, muy probablemente formando parte de la documentación probatoria.

Después de diversos avatares la mayor parte de la documentación que guardaban los Pimentel en su palacio-fortaleza y en las casas de la Contaduría de Benavente acabó recalando en la Sección Osuna del Archivo Histórico Nacional. Desde 1993 estos fondos se custodian en la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, con sede en la ciudad de Toledo. Conserva este archivo toledano, aparte de una notable colección de legajos y documentos, varios libros de ingresos, rentas y arrendamientos de los Pimentel. Destaca por su antigüedad el denominado “Libro Becerro del Conde don Alonso Pimentel” (AHN, Osuna, leg. 444) correspondiente al III Conde de Benavente, Alonso Pimentel (1440-1459). Este manuscrito, por su estructura y contenido, puede considerarse un antecedente y, en cierta medida, modelo del ejemplar que ahora comentamos.

Como curiosidad debe señalarse que en los dos primeros folios de nuestro Libro Becerro existen ciertas anotaciones de interés relacionadas con la historia de Benavente. No parecen guardar relación con el resto del libro, pues están hechas con letra del siglo XVIII. En una de ellas se recoge cómo el 12 de mayo de 1738 se quemó el reloj de Benavente. En otra hay noticia del "Terremoto de Lisboa" y sus secuelas en la ciudad el 1 de noviembre de 1755. Otra nos relata un gran incendio en la calle de la Rúa, en 1560, quemándose cincuenta y cinco casas, cincuenta correspondientes a la parroquia de San Nicolás y cinco a la de Santa María del Azogue.

Detalle del tondo o medallón con la efigie de Hércules tocado con la piel del león de Nemea

Escudo del VI Conde de Benavente en Santa María del Azogue

El tenor de la anotación del folio 345 es el siguiente:

"En la villa de Benavente a veinte y un días del mes de marzo de mil y seiscientos y setenta años. La contaduría mayor de los estados del Excelentísimo Señor Conde-Duque de Benavente Don Antonio Alfonso Pimentel, mi Señor dijo que por cuanto entre los papeles que hay en esta contaduría mayor esta un libro de papel de marca mayor, dorados los cantos de las hojas, forrado en baqueta carmesí, pespuntada la cubierta con trencilla de seda cabellada, con una correa del mesmo cuero con un remate a la postre de plata en que está un escudo con cinco conchas a la mano derecha y dos castillos y un león a la izquierda, que las primeras son las armas principales de los señores de la Casa de Benavente y las segundas de los Enríquez, almirantes de Castilla, y en la otra cubierta está también una hebilla de plata donde entra y pende la dicha correa, el cual está numerado de nú­meros de guarísmo hasta el folio cuatrocientos y cincuenta y uno, y todas las dichas hojas en todo o en parte están escritas, y las demás que se siguen al dicho número están al presente por numerar, y en las hojas escritas están asentadas las villas y lugares que son, y antiguamente fueron, de este estado en hojas de por sí y lo que cada una paga de la renta cada año a su Excelencia con toda distinción y claridad, que tiene por nombre Libro Becerro y, según parece por lo que está escrito en las hoja trescientos y treinta y una, se escribió el año de mil y quinientos y cuarenta y cinco, en tiempo que vivían los Excelentísimos Señores Condes Don Antonio Pimentel, primero de este nombre, y la Excelentísima Señora Doña Luisa Enríquez, su mujer, por el cual desde que se reformó hasta el presente tiempo se han hecho las rentas y dado a los renteros los requerimientos para cobrar lo que cada uno toca, y siempre que sea ofrecido consultar algunas partidas de las que están escritas y sentadas en dicho libro y presentarlas en juicio sea dado y dé entera fe y crédito a él y a ellas.
Y para que en todo tiempo conste de la antigüedad y autoridad que tiene y ha tenido dicho libro, mandaron se reciba información de los testi­gos más ancianos y de mayor crédito que haya en esta villa y su tierra de lo que saben y han visto del crédito que se debe dar al dicho libro que pide y extraiga ante sus mercedes para proveer [...] Juan Antonio Silvestre, Alejandro de Acosta y Tovar, Domingo de Ascargorta, Don Andrés del Abaurre, ante mí Juan Crespo".

Anotación en el folio 345r.

Anotación en el folio 345v.

sábado, 14 de marzo de 2009

La Virgen de las Encinas de Abraveses - Historia y leyenda de un santuario del Valle del Tera

Vista de la fachada occidental del santuario de la Virgen de las Encinas

Abraveses es una pequeña localidad zamorana situada en el valle del Tera. En la actualidad, desde el punto de vista administrativo, constituye una pedanía de Micereces. La otra entidad local menor del municipio es Aguilar. Los tres núcleos de población apenas superan en su conjunto los 500 habitantes, siendo Micereces el más dinámico y mejor comunicado gracias a su puente sobre el río.

Ubicado en las fértiles tierras de la vega del Tera, concretamente en el reborde de una de sus terrazas, Abraveses une a sus atractivos naturales la existencia de dos edificios eclesiásticos de particular interés: su iglesia parroquial de Santiago Apóstol y el Santuario de Nuestra Señora de las Encinas, éste último muy apreciado por los devotos de toda la comarca.

Los primeros testimonios del poblamiento de estos solares se remontan a la Prehistoria, como ocurre con buena parte de las localidades del Tera. Indicios achelenses se registran en unas de las terrazas abiertas sobre el valle, en el pago de Las Pedreras. Aquí el profesor José Ignacio Martín Benito ha documentado, al menos, un canto tallado con filo simple y subrectilíneo, un diverso y una lasca, todo ello de aspecto rodado.

La propia ermita se asienta sobre un importante yacimiento arqueológico. Los restos ocupan una extensa área alrededor del templo. Las prospecciones de este entorno han proporcionado un variado material cerámico de época romana, principalmente “tegulae” e “ímbrices” y algún resto de “dolium”. Algunas de estas piezas presentan signos de combustión, lo que unido a la abundante escoria dispersa por el terreno ha hecho pensar en un posible horno de fabricación cerámica.

El emplazamiento, típicamente castreño, como ya advirtieron Martín Valls y Delibes de Castro, sugiere una ocupación temprana, incluso prerromana. Los hallazgos se centran en “terra sigillata” hispánica, decorada con los típicos frisos de círculos con motivos vegetales y de aves en su interior. También se documentó en los años 70 un pie de vaso subgálico con la marca del ceramista "OFI QVINTI". Por sus rasgos morfológicos se ha fechado en la segunda mitad del siglo I d.C. Muestras puntales de “sigillata” tardía invitan a llevar la secuencia ocupacional a finales del siglo IV o principios del siglo V, momento que tal vez marca el final del asentamiento antiguo.

Las primeras referencias documentales sobre Abraveses son ya del siglo XI. En 1069 Fernando Flaínez y Jimena Daniéliz, su mujer, hacían entrega al monasterio de Santa Marta de Tera de sus villas, granjas o caseríos llamadas Ribela, Abraveses y Nogarejas, con todas sus casas, tierras, viñas y más pertenencias. La posesión de bienes en Abraveses por esta importante familia de los Flaínez, da argumentos para situar en este entorno el monasterio de San Pelayo, fundado o propiedad de Armentario Flaínez en la primera mitad del siglo XI. En el mapa IGC 1:50000 (Hoja 307) aparece un arroyo de San Pelayo muy próximo a Abraveses y Micereces, que desemboca en el Tera.

A mediados del siglo XVIII Abraveses era una aldea perteneciente al señorío del conde de Benavente e integrada en el alfoz concejil. Según las Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada, su término comprendía una media legua de levante a poniente y una legua de norte a sur. Confinaba al "norte con el término del lugar de Sitrama, por el poniente con término de la villa de Santibáñez, por el sur con el de Santa María de Valverde y con el levante con el del lugar de Miseceses". Contaba entonces con 28 vecinos, incluidas viudas y pobres, y 28 casas habitables.

Se asienta el santuario al sudeste del pueblo, en un pago con el significativo nombre de Casares, aproximadamente a medio kilómetro del casco urbano. El edificio actual fue construido en la segunda mitad del siglo XVIII, empleando el sillarejo en sus paramentos exteriores y el sillar para reforzar sus esquinas y vanos. Se relegó el ladrillo para rematar los aleros, levantar la espadaña y construir las arcadas de sus pórticos. Esta techumbre porticada guarnece tanto el acceso principal de los pies, como las fachadas sur y norte.

Existió, sin duda, un edificio anterior del que no existen restos visibles en su fábrica. Su origen debe remontarse al menos a los siglos XII o XIII. De esta época es una talla románica de la Virgen con el niño, hoy custodiada en la iglesia parroquial. Muy probablemente fue la imagen titular del santuario hasta su sustitución por la imagen anodina que hoy preside el retablo principal. Se sucumbió así, una vez más, a la moda barroca de desechar las tallas antiguas para sustituirlas por imágenes vestideras.

En el siglo XIV el santuario era ya un centro de devoción importante en el valle del Tera, como se comprueba por las donaciones piadosas de sus pobladores. Así en 1370 Juan Fernández, clérigo curero de la iglesia de Micereces de Tera, escrituraba sus últimas voluntades y se mandaba enterrar en el monasterio de Santo Domingo de Benavente. Entre sus mandas testamentarias incluye: "... a Santa María de las Enzinas hun maravedí".

El santuario actual sorprende por sus notables dimensiones para lo menguado de su población. Presenta planta de cruz latina con cabecera recta. Por el lateral sur se adosa la antigua vivienda del ermitaño, reducida a una espartana estancia carente de interés.
El interior de la iglesia tiene una única nave, muy alargada, techada de madera y precedida por un coro sobre el acceso occidental. La oscuridad de esta nave contrasta con la notable iluminación del área del presbiterio y el crucero. Se cubre este último con cúpula sobre pechinas y tambor circular, adornada de yeserías.

El retablo principal es obra barroca de muy avanzado el siglo XVIII, según consta en la inscripción que recorre la moldura de la predela: "DOROSE ESTE RETABLO EN EL AÑO DE 1786 SIENDO CURA EL SEÑOR DON FERNANDO GULLÓN". Cobija en su único vano la Virgen de las Encinas, imagen vestidera de bastidor, como ya se dijo, engalanada con gran esmero por los vecinos.

Retablo principal con la imagen de la Virgen de las Encinas

De mención es también un Santiago Apóstol ataviado como peregrino en un retablo lateral. Parece proceder de la iglesia parroquial. Viste túnica, esclavina y palio, arremolinado sobre su brazo derecho y con nudo central a la altura de la cintura. Se cubre con sombrero de ala ancha y venera prendida. Porta caña, en lugar de bordón, en su mano derecha y libro abierto en su izquierda. Según los datos proporcionados por Clemente Vara Gallego en un panel explicativo, es obra del escultor benaventano Gamazo de hacia 1824. Su repintado actual, algo chirriante, desmerece la labor de su artífice original.

La pieza más llamativa de todo el santuario es el "Túmulo". Se trata de un catafalco hecho a principios del siglo XIX por el maestro ensamblador y carpintero Guillermo de Benavente. Consta de cuatro cuerpos cúbicos decorados con diversos relieves y pinturas. En el frente encontramos una representación de la Trinidad: con las figuras del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Corona la estructura un esqueleto armado con una guadaña y una azada. Su hechura recuerda notablemente a otra pieza similar existente en el santuario de Nuestra Señora de la Carballeda, en Rionegro del Puente.

Sobre los orígenes de esta devoción mariana de Abraveses de Tera existen diferentes tradiciones y versiones. Una está relaciona con la aparición de la Virgen sobre una encina a una pastorcilla que cuidaba su rebaño. Testimonio de ella es un relieve con este asunto que corona el retablo principal. Otra versión complementaria menciona a unos cazadores.

También parece estar relacionado este culto con la protección de las tormentas y la curación de enfermos, como prueban los exvotos presentes en el interior del templo y alguna pintura testimonial. En una pequeña tablada colgada en el muro izquierdo de la nave se lee la siguiente leyenda:

"Andrea Domínguez, hija de María Martínez, vecina de Abrabeses, estando con una grabe enfermedad la ofrezió su madre a Nuestra Señora de las Enzinas, i por su interzesión sanó. Año de 1784". Acompaña a este texto una pintoresca e ingenua imagen de la enferma en su lecho acompañada de la Virgen.

Estamos ante una fórmula devocional muy común en el panorama hispano y europeo, probablemente emparentado con cultos ancestrales a los montes y árboles, sean estos encinas, robles u olivos.
En Abraveses de Tera conmemoran a Santiago Apóstol, el 26 de julio, y a la Virgen de las Encinas, el último domingo de agosto. Cada siete años se celebra una romería con especial significación. Se baja la imagen desde su ermita a la iglesia parroquial sobre una carroza, donde permanece por espacio de nueve días. A continuación, se efectúan las célebres pujas para entronizar de nuevo la imagen en su dosel.

Acceso principal del templo
Imagen de la Virgen de las Encinas
Talla de Santiago ataviado como peregrino
Túmulo
Detalle del catafalco, con una representación de la Trinidad: El Padre, El Hijo y el Espíritu Santo
 Exvotos y tabla de Andrea Domínguez
Ventana lateral
Interior del pórtico norte
Vista de la cabecera del templo
Cúpula sobre pechinas decorada con yeserías