martes, 15 de diciembre de 2009

Gloria in excelsis Deo - Dos tablas de Navidad en Castrogonzalo

En las catorce tablas  que se conservan actualmente en el retablo de Castrogonzalo podemos distinguir al menos dos ciclos temáticos que facilitan su lectura iconográfica. El primer ciclo tiene por tema principal aspectos diversos de la vida de la Virgen y la infancia de Cristo, mientras que el segundo se ocupa de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. El primer asunto se desarrolla en el primer cuerpo y en las dos tablas del lado izquierdo del segundo. Comprende: El Nacimiento de la Virgen, La Anunciación, La Visitación, La Natividad, La Adoración de los Magos y La Presentación en el Templo. No ocuparemos a continuación del estudio iconográfico y compositivo de las dos tablas de tema más estrictamente navideño: La natividad y La adoración de los Magos.

1. La natividad

Lucas es el único de los evangelistas que proporciona un relato completo y coherente de las circunstancias que rodean el nacimiento de Jesús. Pero nuestra tabla no recoge el momento concreto del nacimiento, sino la posterior adoración por sus progenitores, siguiendo la tradición de otros relatos no integrados en el corpus bíblico como los Evangelios Apócrifos y las Revelaciones de Santa Brígida. En esta última obra se señala que tras dar a luz María "flexis genibus", e inclinando la cabeza, con la manos juntas adoró al niño diciendo: "Bene Veneris, Deus meus, Dominus meus, Filius meus".

Tabla de la natividad

La escena representada en la tabla se ajusta fielmente a esta descripción, aunque incorporando otros detalles comunes a la iconografía al uso. Las figuras centrales son San José a la izquierda, caracterizado como un apacible anciano de barba cana con la cayada entre sus manos, la Virgen, arrodillada y con las manos juntas, y el Niño en el pesebre. Sirven de acompañamiento el asno y el buey, representados parcialmente para no restar protagonismo a la Sagrada Familia. Se mantiene aquí la divergente actitud tradicional de los dos animales: el buey con la cabeza inclinada hacia el niño en actitud de devota adoración, simbolizando a la Iglesia, y el asno, símbolo del pueblo judío, apartado y en ademán más indecoroso. Junto a esta escena principal coexiste otra en un segundo plano, teóricamente paralela, como es El Anuncio a los pastores, que sirve a la vez de fondo paisajístico para la tabla.

Un ángel portando filacterias se aparece a un pastor que cuida su rebaño en un paisaje montañoso convencional. Otros dos pastores se asoman tímidamente a la escena principal, estableciéndose así un nexo conceptual entre ambos ambientes. Uno de ellos tiene las manos juntas en actitud de adoración, el otro, menos reverente, simplemente observa con aire curioso los acontecimientos. Este último personaje está calcando a otro prácticamente idéntico existente en la tabla homónima de Santo Tomás Cantuariense de Toro, obra de Juan de Borgoña II.

El niño, centro de toda la composición, es presentado tendido sobre un improvisado lecho. Es la representación tradicional del pesebre, formado por varios sillares perfectamente escuadrados y unas pajas, recurso este que alude a la Piedra Angular o fundamento de la Iglesia. Junto al recién nacido se encuentran dos ángeles ápteros. En cambio, los tres ángeles que revolotean sobre el pesebre desplegando filacterias sí son alados. Los rasgos de todos ellos, de mofletes resaltados y piel sonrosada están ajustados al canon de belleza infantil del siglo XVI. Se trata este de un recurso narrativo muy presente en la Escuela de Toro, que aporta a las escenas una nota tierna y entrañable.

La arquitectura en ruinas sirve para recrear un marco espacial de connotaciones legendarias. Responde, en todo caso, a modelos muy difundidos por la pintura flamenca. Parece que el objetivo principal de autor al componer la escena ha sido establecer un contraste entre la humildad y la pobreza de los personajes frente a esa arquitectura grandiosa, pero en una ruina decadente. En esta ambientación tan peculiar destacan, por el estudio de las calidades y los brillos, esas dos columnas abalaustradas doradas, réplicas de las talladas en el retablo, que sirven además de delimitación física a las tres figuras principales. La sensación de profundidad de todo el panel se consigue mediante la conjunción de estos elementos con la superposición de diversos planos escénicos.


Detalle de la tabla de "La natividad"

Detalle de la tabla de "La natividad"


2. La adoración de los Magos
 
La representación de los magos en número de tres y con edades diferentes, correspondientes de hecho a las tres edades de la vida: juventud, madurez y ancianidad, tiene un origen muy antiguo, que se remonta tradicionalmente a un texto atribuido a Beda. Esta misma fuente explica el significado de los dones tradicionales: el oro, por la realeza, el incienso por la divinidad; y la mirra por la humanidad. Los nombres de Gaspar, Melchor y Baltasar aparecen en el siglo IX en el Liber Pontificalis de Rávena. No obstante, las fuentes de inspiración utilizadas por los artistas para reflejar el acontecimiento son muy diversas, remontándose incluso al arte imperial y bizantino, pues en el Nuevo Testamento solamente el evangelio de Mateo recoge en unas breves líneas el acontecimiento:

La adoración de los Magos

“Al ver la estrella experimentaron una grandísima alegría. Entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Luego, habiendo sido avisados en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino”.

En nuestra tabla el autor no ha hecho uso del recurso frecuente de recrear escenas paralelas directamente relacionadas, como por ejemplo visiones del viaje de la comitiva. El planteamiento responde a una composición bastante simplificada. Los tres magos aparecen a la izquierda, ricamente ataviados, ofreciendo sus presentes a la Virgen. Sus rasgos responden no sólo a las tres edades sino que también se intenta establecer una diferenciación étnica en alusión a las tres partes del mundo; de hecho los Magos fueron adoptados como patronos por viajeros y peregrinos.

El más anciano se arrodilla ante el niño en actitud respetuosa de oración, mientras que los otros dos, más dinámicos, avanzan con gesto solemne hacia el pesebre portando sus ofrendas. La figura de San José es la gran ausente de la composición, siguiendo así una tradición muy cultivada en la iconografía cristiana. En otras representaciones aparece en un segundo plano o bien lo encontramos dormitando, como ocurre en la portada sur de la iglesia de San Juan del Mercado de Benavente.
María aparece sentada con el niño en su regazo. Agradece con su mano derecha los obsequios recibidos y sujeta delicadamente con la izquierda al pequeño, envuelto en pañales. La estrella de Belén preside la escena, pero apenas es destacada en la composición.

En otro orden de cosas, merece destacarse el detalle con el que el autor se recrea en los recipientes destinados a contener los presentes: el oro, el incienso y la mirra. Dos copas y un cofre, todos ellos de oro, remarcando el noble origen de los donantes y el simbolismo de los presentes. También demostró el autor su particular dominio técnico en el estudio de los ropajes, de sus pliegues, sus brillos y sombras, y los contrastes cromáticos, aspectos igualmente observables en otras tablas de este retablo.
La ambientación es fría e impersonal. Solamente las figuras del buey y el asno recuerdan vagamente el ambiente del establo descrito en los Evangelios, pues tanto el pilar central como el basamento que sirve de asiento a María remiten a una arquitectura renacentista en ruinas. El paisaje de fondo se ha simplificado notablemente en esta ocasión mediante la representación de un paraje montañoso y un cielo convencional con nubes ajustadas a líneas horizontales.

Detalle de la tabla de "La adoración de los Magos"

Detalle de la tabla de "La adoración de los Magos"

domingo, 29 de noviembre de 2009

De tapias y tapiales - La construcción de la cerca medieval de Benavente

Panera de tapial en Castrogonzalo

El tapial y el adobe han constituido desde la Prehistoria las técnicas constructivas tradicionales de las edificaciones populares de buena parte de Castilla y León. Su empleo con fines defensivos en fortificaciones terreras es patente durante toda la Edad Media. Dado que el entorno no proporcionaba otros materiales más consistentes y duraderos, un buen número de murallas y castillos se hicieron con gruesas tapias. Así, se documenta el empleo del tapial en los recintos de las cercas de Sahagún, Valderas, Valencia de Don Juan, Cabezón de Valderaduey, Mayorga, Benavente, Castroverde de Campos y Villafáfila entre los siglos XII y XIII. En general, se evidencia la utilización generalizada de tapiales de barro en la construcción de cercas en las villas de Tierra de Campos, circunstancia que ha contribuido a que, con demasiada frecuencia, no se conserven restos visibles.

Gracias a la información proporcionada por los libros de las Cuentas de las Cercas contamos con testimonios extraordinariamente ricos y minuciosos sobre labores relacionadas con la construcción, reparación y mantenimiento de la cerca de Benavente durante el siglo XV. Las técnicas empleadas poco distan de las utilizadas en la arquitectura popular hasta hace pocos años.

Para la fabricación de los tapiales era elemento fundamental las llamadas puertas de tapiar, estructuras de madera dispuestas formando cajones que se llenaban con tierra convenientemente humedecida y cohesionada. Para lograr esto último era preciso apisonarla fuertemente con recios golpes de mazo, denominado comúnmente pisón. Era esta una herramienta rematada en una arista ligeramente chata para poder apretar bien la tierra contra las puertas. Las puertas estaban formadas por dos costales, que se sujetaban con sogas para asegurar su consistencia. Las hiladas siguientes de tapias se superponían a las ya construidas, apoyándose en agujas, o estacas de madera que atravesaban el barro, de forma que una vez seco éste dejaban unas marcas visibles en las juntas.

Cuando la obra alcanzaba un cierto desarrollo vertical (la cerca medía unos cinco metros de altura) eran necesarias sogas y poleas para izar los materiales, y escaleras para los obreros: "Andovieron asy mesmo a tapiar en las puertas ocho obreros e dies obreros molliendo tierra e inchando las talegas e otro tirando por las poleas, a trese mrs. cada uno que monta dosientos e treinta e quatro mrs [...] mas unas escaleras que se quebraron en la dicha obra quando subian e desçendian el carpentero e obreros a la çerca, çinco mrs. que demando su duenno por ellas".La tarea de armar las puertas, esto es de montar la estructura de madera en el tramo de la muralla que se iba a reconstruir o reparar, requería la colaboración de un carpintero: "Jueves seguiente veynte e hun dias del dicho mes de mayo, andovo Gonçalo de Prado carpentero a aderesçar un par de puertas para tapiar en la dicha çerca asy mismo andovo labrando çiertos maderos para faser agujas e cadenas e costales que eran mester para las dichas puertas".

No es frecuente la especificación de las dimensiones que deben tener estos tapiales, pero en alguna ocasión se nos da este dato. Cuando esto ocurre la unidad de medida utilizada es la tapia o tapial. El Diccionario de Autoridades otorga a la tapia una extensión de 50 pies cuadrados. Analizando los restos que todavía podemos ver en multitud de construcciones populares de la comarca, y contando con opiniones autorizadas sobre la equivalencia de esta unidad de medida en la Edad Media, parece razonable tomar como valor aproximado dos metros de largo por uno de alto. Estas serían también la medidas de las puertas de tapiar. Respecto a la anchura del muro, ésta podía ser variable, por lo que no es factible hacer apreciaciones.

Plano del Benavente histórico

Puertas de tapiar en el Museo Etnográfico de Mansilla de las Mulas (León)

En cuanto al adobe, el sistema de fabricación también nos es bien conocido. Una vez obtenida la tierra, se cribaba minuciosamente para limpiarla de piedras e impurezas y se mezclaba con paja, después se le añadía agua y se pisaba para cohesionarla. El barro obtenido se volcaba sobre unos moldes rectangulares de madera, las adoberas o gradillas, retirándose el sobrante con un rasero para conseguir así una superficie lisa. Terminado el trabajo, los adobes se dejaban secar al sol durante unos días, volteándoles de vez en cuando para que el sol y el viento actuaran sobre uno u otro costado.

Hay que destacar que el adobe ofrecía ciertas ventajas sobre el tapial, pues podía ser manipulado con mayor comodidad en las construcciones de altura, y era muy adecuado para la fabricación de arcos, bóvedas, cúpulas, etc. En Benavente, se utilizaron ladrillos de adobe para reparar ciertos tramos de la muralla y, sobre todo, para la construcción de las almenas. Aunque lo normal era que el concejo contratara obreros para hacer los adobes, tampoco faltan ejemplos en los que se compran a particulares: "... e despues de esto compre de Juan de Manganeses e de Alvaro Repollo e Andres setenta quartas de adobes para la dicha çerca, a çinco brancas la quarta, que son çiento e sesenta e çinco mrs."

Los trabajos de reconstrucción y reparación de la cerca eran realizados por una auténtica legión de obreros que percibían su salario por día trabajado. El importe de los jornales era satisfecho por el mayordomo de las cercas, que anotaba minuciosamente el número de jornaleros empleados, el alquiler de las herramientas, los salarios pagados, y el tramo de la muralla afectado por las obras. El jornal correspondía siempre al trabajo de un día completo. Cuando, por cualquier circunstancia, no se alcanzaba el tiempo estipulado se reducía de una forma más o menos proporcional: "En sabado dies e syete dias de dicho mes de mayo andovieron quatro obreros a mollir tierra para el caramanchon de la puerta de Santa Crus, e por que este dicho dia llovio e non pudieron conplir sus jornales se dieron a cada uno syete mrs. e medio, que son treynta mrs.".

Puertas de tapiar

Trabajos de construcción de tapiales

A partir del registro documental de estos trabajos es posible conocer algunos detalles sobre estas obras de mantenimiento. A modo de ejemplo, transcribimos el siguiente párrafo relativo a la construcción de almenas:

"Martes quinse dias de junio andodieron a faser almenas en la çerca de la Puerta del Rio estos que se siguen: Tres çapateros que andodieron a faser las dichas almenas quarenta mrs. Quinse ommes que los servian el vino por nueve mrs. e el otro por seis mrs. e los otros a ocho mrs. cada uno, que son çiento e dies e ocho mrs. Çinco asnos que andodieron a traer barro e adobos a quatro mrs. e medio que son veynte e dos mrs. e medio. Costo una soga para las poleas. De alquiler de quatro ferradas de dos dias quatro mrs. Costo paja de la moger de Lope Garcia. Que son por todos çiento e noventa e dos mrs."

La cerca medieval de Benavente contaba con varias torres de flanqueo, al parecer de planta cuadrada, que protegían tanto las puertas como aquellos tramos considerados vitales para la defensa de la villa. Cuando Gómez Moreno recorrió el perímetro de la cerca, a principios del siglo XIX, todavía pudo identificar restos de su fábrica: "El muro, aunque carcomido y deshecho en su mayor parte, a causa de su fragilidad, reconócese que era alto y con torrecillas cuadradas; entre tapial y tapial median hileras de adobes y lajas, y los trozos restaurados de mampostería conservan almenas con saeteras".

En relación con las mencionadas torres, los libros de Cuentas de las Cercas utilizan indistintamente el nombre de caramanchón para referirse a este tipo de construcciones o bien a las estructuras que se superponían a las mismas. En otros casos, se habla de cubos, torres y torreones. En un memorial enviado por el concejo de Benavente a Enrique III, en 1400, se alude a la construcción de caramanchones por mandato de Juan I, durante el asedio a la villa por el duque de Lancaster:

"Otrosy, sennor, sepa la vuestra merçed que queriendo e auiendo veluntad el conde e los que con él biuen de rreparar e adereçar la çerca desta villa para vuestro seruiçio que non han dexado madera en os caramanchones quel rey don Johan, vuestro padre que Dios de santo parayso, mando faser e rreparar en esta villa al tienpo que los ingreses e auersario de Portogal venieron a esta villa, los quales non serán fechos por çient e çinquenta mill marauedís e eso mesmo ha fecho a la madera de los puentes desta villa por que se proveen e mantyenen los moradores en ella".

El Diccionario Crítico-Etimológico define el caramanchón como una fortificación superpuesta a un edificio. Otra acepción del termino es la de construcción supletoria en la parte alta de un edificio. Esta voz actualmente está en desuso, utilizándose en su lugar la forma camaranchón. Se plantean algunas dudas entre considerarlas como edificaciones superpuestas a los cubos, o identificarlas con las propias torres de flanqueo. La mayor parte de estas construcciones protegían las puertas de acceso a la villa. Documentamos caramanchones en las puertas de Astorga, San Andrés, Santa Cruz y Puerta de la Puente. Además existían otros en algunos tramos concretos de la cerca, por ejemplo en el Barrio Falcón, y en los de Santa Catalina, San Martín y San Pedro. Junto a estos, nos topamos con otros de difícil localización: el caramanchón de las Casas del Secreto, y otro tras del Lagar de Diego Triguero.

Herramientas de albañilería

Litografías de J. de Villanueva, Arte de albañilería o instrucciones para jóvenes, Madrid, 1827.


domingo, 15 de noviembre de 2009

¡Hasta las ruinas perecieron! - La iglesia de Santo Tomás de Castrogonzalo

Crónica de la Desolación

En uno de los pasajes más célebres de la Farsalia cuenta Lucano el asombro de Julio César durante su visita a los solares donde había estado la sojuzgada, y luego destruida, ciudad de Troya. El gran poeta hispanorromano, cordobés para más señas, hace exclamar a César: "etiam periere ruinae", ¡hasta las ruinas han perecido! Hoy se hace uso de esta máxima para expresar una desolación total, muy apropiada para el caso sangrante que nos ocupa, que aunque ocurrido ya hace años, sus ecos no deberían apagarse nunca.
La existencia de dos parroquias en Castrogonzalo y, por consiguiente, de dos barrios diferenciados con personalidad propia -el de Arriba y el de Abajo-, es un aspecto indisolublemente ligado a la historia de una localidad cuyos orígenes remiten al proceso de colonización altomedieval.
Ya desde 1157 contamos con referencias que revelan la existencia de templos en la villa dependientes de la mitra astorgana, aunque sin poder precisar su número. En esta fecha la infanta doña Elvira, hija de Alfonso VI, donaba a la catedral de Astorga sus posesiones y derechos en todas sus iglesias de la diócesis, mencionando las villas de Bretó, Castropepe, Castrogonzalo, Lagunadalga, Saludes, Maire, y las situadas en Sanabria, en Ribera y en el Bierzo.

Algunos años más tarde, concretamente en 1225, Alfonso IX concedía al monasterio de Arbás cuantos derechos le pertenecían en las dos iglesias de Castrogonzalo. En principio, nada podemos saber sobre la advocación de cada una de ellas en esta época, pero dada la permanencia en el tiempo de estas denominaciones en la mayor parte de las poblaciones leonesas, podemos suponer, con un margen razonable de error, su identificación con las tradicionales: Santo Tomás y San Miguel. Pero tendremos que esperar hasta el año 1361 para encontrar una mención expresa a la iglesia de Santo Tomás. En este año una escritura de donación de unos vecinos de Castrogonzalo al monasterio de Santa Clara de Benavente situaba unas tierras junto a viñas pertenecientes a esta parroquia.
Ante la ausencia material del objeto de estudio, derribado hace ya algunos años, para reconstruir siquiera someramente las características arquitectónicas del templo es preciso analizar algunas fotografías disponibles y remitirse a los testimonios de los escasos autores que se han ocupado de describirlo.

Así el corresponsal de Madoz la define a mediados del siglo XIX como un edificio "del orden gótico; sus paredes y torre de piedra de cantería y las bóvedas de ladrillo por arista; tiene una sola nave con 150 pies geométricos de largo, 110 de ancho y 62 de altura hasta la bóveda; cuenta cinco altares que nada ofrecen de particular, y celebra dos festividades, una el 21 de diciembre y otra el 16 de agosto en conmemoración de San Roque, patrono del pueblo". Resulta sorprendente que el retablo no llamara la más mínima atención de este autor. Por su parte, Gómez Moreno apenas se ocupa de ella, centrándose únicamente en las tablas. Solamente sentencia que "es moderna y en forma de cruz". En la misma línea David de las Heras la cataloga como de "estilo renacimiento", sin que especifique el significado concreto de este calificativo.
Del análisis de las mencionadas fotografías recopiladas se deduce que aunque la planta y estructura general del templo puede responder, efectivamente, al siglo XVI, durante el siglo XVIII se acometieron importantes reformas que le dieron su aspecto final. Sabemos por una breve anotación recogida en los libros de fábrica, y citada por José Muñoz Miñambres, que en 1798 se construyó la capilla mayor y el crucero.

El templo tenía una nave única en forma de cruz, cabecera y brazos rectos, y espadaña a los pies. Su fábrica, fruto de diversas fases constructivas, alternaba el tapial, el ladrillo y la sillería. La cubierta era a dos aguas sobre armazón de madera. El crucero se cubría con cúpula semiesférica de factura simple y la nave con bóveda de medio punto con lunetos. La edificación tuvo problemas tradicionalmente por su endeble cimentación y la mala calidad del terreno. El cuerpo inferior de la espadaña fue reparado y reforzado en diversas ocasiones, y a mediados de los años setenta se adosó una galería cubierta al muro sur con la intención de contrarrestar los empujes de la nave.
En cualquier caso, existió en este mismo emplazamiento otro templo anterior de época medieval, sin poder precisar más detalles sobre su factura y cronología. Testimonio de ello es una estela discoidea de carácter funerario reaprovechada en la cimentación y recuperada durante los trabajos de desescombro, fechada en torno a los siglos XII-XIII. En este momento debe inscribirse también un gran Cristo crucificado de factura románica, en madera policromada, probablemente del siglo XIII.
Durante el siglo XVII hay constancia de varios pagos para la realización de obras artísticas de diversa naturaleza. En esta época en el templo había al menos tres capillas: la de la Natividad de Nuestra Señora, la de San Martín y la de San Juan Bautista. De esta última debe proceder una meritoria imagen del santo que preside actualmente la calle central del retablo. En 1604 se ordena "que se pinte en la Iglesia Parroquial en el paño frontero a la puerta principal, una figura de San Cristóbal muy grande, conforme muestra estar pintada ya". La anterior, probablemente del siglo XVI, debía estar en la línea del gran fresco existente en el lado sur del crucero de la iglesia de Santa María del Azogue de Benavente, o a los de la Catedral de León y la Colegiata de Toro.

Hay también menciones de diferentes intervenciones en la capilla mayor, pero no se especifica hasta que punto el retablo se vio involucrado en alguna de ellas. Así, sabemos que en 1640 se limpió el altar mayor o que por estos años doró la caja del Santísimo.
Al margen de estas obras, el templo atravesó un momento particularmente delicado, con graves consecuencias para el retablo, en los días inmediatos al 29 de diciembre de 1808, cuando las tropas francesas ocuparon el pueblo y utilizaron la iglesia como establo para sus caballerías. Los acontecimientos se inscriben en la ofensiva de Napoleón en el invierno de ese mismo año contra el ejército británico de Moore, que se replegaba en dirección a La Coruña. Según el elocuente testimonio de su cura párroco, Isidro González Feliz, los franceses irrumpieron en la iglesia e hicieron varias hogueras en su interior: "destrozaron las puertas del Sagrario y alguna otra pieza de retablos, sin dejar en salvo los cajones de la sacristía y el archivo de papeles [...] Últimamente se perdieron dos cálices de plata, un incensario, dos vinajeras con su platillos y las olieras de dicha especie, lo restante que dejaron fue por haberlo custodiado en sitio secreto que los demás. Como el fuego y el humo eran fuertes destrozaron las vidrieras para que saliera desluciendo las bóvedas". La ausencia hoy de las puertas del sagrario, muy probablemente decoradas con relieves en madera policromada como el resto de la obras, es fiel testigo de estos acontecimientos.
El comienzo del final de la pequeña historia de esta iglesia, no exenta de su correspondiente polémica, debe situarse a principios de los años ochenta, momento en el que el progresivo deterioro del templo comenzó a sembrar la inquietud entre los vecinos, conscientes de las posibles consecuencias negativas para la conservación del retablo. Los pormenores de esta “crónica de una muerte anunciada” invitan a hacer una reflexión, una vez más, sobre la precaria situación en la que todavía hoy se encuentra el patrimonio histórico-artístico de buena parte de los núcleos rurales de Castilla y León.

Desgraciadamente, tan negros augurios formulados por vecinos y parroquianos tuvieron su confirmación punto por punto en los meses siguientes. El culto tuvo que interrumpirse definitivamente en la iglesia ante el desplome de parte del techo y la proliferación de amenazantes grietas en muros, bóvedas y cúpula. De esta forma, Castrogonzalo perdía temporalmente sus dos parroquias, dado que el otro templo, San Miguel, hacía ya bastantes años que estaba fuera de servicio, utilizándose eventualmente como panera por unos particulares. Un modesto local municipal, acondicionado al efecto, tuvo que cumplir las misiones de altar improvisado durante una larga temporada, haciendo posible el servicio religioso.
Algún tiempo después, tras la realización de diversas obras de reforma por el Obispado de Zamora, pudo volver a utilizarse la iglesia de San Miguel. Fue este el momento en el que se acometió el traslado y restauración del retablo a cargo de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León, trabajos que se prolongaron durante varios meses de los años 1985 y 1986.
Paralelamente, el abandono y el consiguiente proceso de deterioro de Santo Tomás continuaron imparables durante los años siguientes, sin que desde las instituciones se hiciera nada aparentemente para evitarlo, hasta que en torno a marzo de 1992 se tomó la desafortunada decisión de derribarla definitivamente.
Hoy nada queda del edificio, salvo el solar donde estuvo levantado, restos de sus cimientos y las escaleras de acceso al pórtico.
Imágenes: 1. Fachada norte de la iglesia de Santo Tomás [1990]; 2. Plano de la Iglesia; 3. Vista del retablo principal en el interior de la Iglesia; 4. Fachada sur de la Iglesia y portada principal [Hacia 1980] y 5. Vista de la torre y la espadaña [1991].

lunes, 9 de noviembre de 2009

Para el socorro de pobres y peregrinos - La fundación del Hospital de la Piedad de Benavente

El Hospital de la Piedad de Benavente, según una fotografía de Charles Clifford (1854)

El punto de partida para aproximarnos a los orígenes y los antecedentes del Hospital de la Piedad de Benavente debe ser la propia inscripción que exhibe su portada principal. Se trata de un elegante epígrafe de dos líneas, grabado en caracteres de minúsculas francesas. El texto recorre toda la moldura sobre el arco de entrada, bajo una cornisa, y está flanqueado por sendos relieves con el rostro de dos figuras de perfil. La lectura ofrecida en su momento por Gómez Moreno fue la siguiente:

Este hospital hizieron e dotaron los ills. señores don aº pimentel q. quinto e doña ana de belasco e herrera su muger y tituláronlo de nra. señora de la piedad porq. nro. señor la ya de sus ánimas; començose e dotose en el año de IUdXVII; acabose en el año de XVIII.

Una primera cuestión que suscita este texto es desentrañar las motivaciones presentes en el ánimo del quinto titular del condado, Alonso Pimentel (1499-1530), y de su mujer, Ana Herrera y de Velasco, para establecer en Benavente una fundación piadosa de estas características. En realidad, nuestro hospital no es más que el último eslabón, el más sólido y duradero, de una larga cadena de historia asistencial en Benavente, y también de una tradición familiar.

Sabemos que con anterioridad existió en la villa otro hospital de protección condal, en este caso bajo la advocación de la Anunciación de la Virgen María. En 1431 Rodrigo Alfonso Pimentel, II conde (1420-1440), solicitaba del papa Eugenio IV indulgencias en determinadas fiestas litúrgicas para su iglesia y capilla. Los beneficiarios serían todos aquellos que visitando anualmente dicho lugar, contribuyeran con sus limosnas a la reparación, conservación y sustentamiento de los pobres y enfermos. También fundaron los Pimentel el Hospital de San Pedro, en Puebla de Sanabria, una iniciativa del V Conde.

Los primeros movimientos para establecer en Benavente un nuevo hospital se remontan al año 1510, aunque todo apunta a que las intenciones estaban ya presentes desde la llegada misma del nuevo titular al condado. De esta fecha existe una disposición otorgada por Juana I, reina de Castilla, por la que concede licencia a Alonso Pimentel, para construir un hospital de pobres en la villa de Benavente, cargando todos sus gastos sobre los bienes que estuvieran fuera del mayorazgo.

Precisamente este mayorazgo, instituido en 1504 por el V Conde, se convirtió a la postre en una fuente de problemas a la hora de asegurar la adecuada dotación del nuevo hospital y garantizar su supervivencia. La imposibilidad de asignar determinados bienes y rentas, vinculados al mayorazgo, obligó a los condes a rectificar algunas de sus donaciones anteriores y a buscar vías de financiación alternativas.

Bula de Gregorio XIII al Hospital de la Piedad (1573)

 Hospital de la Piedad, según una postal de hacia 1910 

Patio del Hospital de la Piedad, según postal de los años 30

Patio del Hospital de la Piedad, según una fotografía de Pablo Testera

Patio del Hospital de la Piedad, según una fotografía de los años 20

En un principio, en el ánimo del conde estaba dedicar el nuevo hospital a la Santa Cruz, seguramente por su vinculación particular con la iglesia y hospital existente previamente en la villa con este mismo nombre. De hecho, las primeras asignaciones de rentas van dirigidas a una institución de este nombre. En 1511 Alonso Pimentel otorgaba una carta de poder a su criado, Bernardo de Toriego, para que entregara cada año al Hospital de Santa Cruz de Benavente, el importe de 50.000 mil maravedís de juro de los Barrios de Salas, que su madre, María Pacheco, tenía concedido por privilegio real.

En la misma carta de fundación y dotación del Hospital de la Piedad, en 1517, el conde recordaba estas actuaciones previas. Su interés por aclarar esta cuestión indica que en realidad se trataba de una única fundación: “que yo hube comprado (los 50.000 maravedís) en los Barrios de Salas de la condesa de Benavente, doña María Pacheco, mi señora madre, e yo los renuncié en el dicho hospital que aún había de hacer entonces [e] tenía pensado que se llamare el hospital de Santa Cruz, e por virtud de ni renunciación se sacó prebilegio de ellos”.

Es en 1512 cuando encontramos por primera vez la advocación de Nuestra Señora de la Piedad. El nuevo nombre, recogido en una bula del Papa Julio II de este año, indica que el cambio de planes debió producirse muy poco después. Nuevamente es la carta fundacional de 1517 la que nos informa sobre las gestiones previas realizadas y la ubicación elegida: "tengo deliberado hacer un hospital en esta mi villa de Benavente cerca del monesterio del señor San Francisco, en la calle que dicen de Santa Cruz, ha donde solía ser el Hospital de la Cruz, e para ello tengo procurado de nuestro muy Santo Padre muchas indulgencias y ayudas espirituales".

La iglesia o ermita de Santa Cruz y su hospital anexo no cuentan con demasiadas noticias anteriores al siglo XVI. Pudo ser una las primitivas iglesias o parroquias de la villa en la época de la repoblación y, tal vez por ello, el concejo se continuaba reuniendo en alguna ocasión en sus inmediaciones, como ocurrió en 1433: “juntos en su concejo cerca de la iglesia de Santa Cruz”.

Durante el siglo XV su condición es polifacética, pues se la menciona indistintamente como iglesia, ermita, hospital y cofradía, pero no es, desde luego, una parroquia o colación. En 1446 se venden unas casas junto al hospital de Santa Cruz, que lindan con un corral propiedad de su cofradía. En 1475 se menciona al abad de la ermita de Santa Cruz, bajo cuya dirección debía estar la cofradía y hospital del mismo nombre. Pocos meses antes de la fundación, concretamente, el 28 diciembre de 1516, el conde adquirió de los abades y cofrades de la cofradía su hospital, con sus corrales y huertos, sito en la colación de San Juan del Mercado, en la calle de la Cruz, por 60.000 maravedís libres de alcabala.
Fue, por tanto, sobre estos antiguos solares sobre los que se cimentó la nueva construcción. Esto no supuso la extinción de la cofradía de la Santa Cruz, pues sus cofrades construyeron un nuevo templo en lo que hoy es la ermita de la Soledad.

Sin embargo, el espacio proporcionado por la antigua ermita no fue suficiente para los planes de los Condes. El nuevo edificio, mucho más ambicioso y concebido para perdurar en el tiempo, necesitó de bastante más suelo urbano que su antecesor.

Buena prueba de todo ello es la serie de compras de casas, situadas en esta misma calle y en la contigua de San Francisco, efectuadas por los condes desde algunos años antes. Así en 1506 compraron a Fernando de Reynoso unas casas en la calle de San Francisco y colación de San Juan por 75.000 maravedís. En 1510, unos vecinos de Benavente, Matías de Hordás y María de Oviedo, vendieron sus casas en esta misma calle por 27.000 maravedís. En 1514, Bernardino de Castro y Catalina García hicieron lo propio con unas casas con su bodega y cueva situadas también en la calle San Francisco por 40.000 maravedís. En 1514 los condes compraron a Fabián Sánchez, vecino y regidor de la villa de Benavente, unas casas en la colación de San Juan del Mercado, junto al hospital de Santa Cruz, por 10.000 maravedís.

La elección del emplazamiento presentaba algunos puntos notables a su favor. Desde luego, debe citarse la proximidad a la plaza del Mercado y al monasterio de San Francisco: “hospital de Nuestra Señora Santa María de la Piedad, que es en la mi villa de Venavente, enfrente del monesterio de San Francisco”. Pero también debe destacarse la inmediatez a la puerta de Santa Cruz, una de las más concurridas, y entrada natural para aquellos viajeros y peregrinos que, tras atravesar el Esla en el puente de Castrogonzalo, se dirigían a la villa. Igualmente, muy próximo estuvo el llamado Mesón de Santa Cruz, del conde o del Hospital, complemento indispensable en la atención a los viajeros.

A la hora de buscar referentes en los que basar el funcionamiento y la organización del nuevo hospital, los condes se inspiraron en las fundaciones más importantes del Camino de Santiago: el Hospital Real de Santiago de Compostela, creado en 1499, y el Hospital de San Juan de Burgos. Esto es evidente y manifiesto tanto en los trámites seguidos para la fundación, como en la búsqueda de la protección papal. Ya en fecha tan temprana como 1512 una bula del Papa Julio II (1503-1513) confirmaba varios privilegios concedidos por él y sus predecesores al hospital de Santiago de Compostela y al hospital de la Piedad de Benavente, al igual que los tenía el hospital de Sancti Spiritus en Saxia (Roma). Igualmente en las ordenanzas de la institución benaventana, aprobadas en 1526, se hace una alusión expresa al centro compostelano, junto con el hospital de San Juan de Burgos: " .... y quanto a dar posadas y otros derechos estraordinarios episcopales si los obiere, como son los del dicho hospital de Santiago e San Juan de Burgos".

La finalidad y dedicación del centro quedan perfectamente definidas en el preámbulo de las ordenanzas de 1526: "porque los pobres e peregrinos que pasan por la villa de Venavente en romería a Santiago e a otras muchas partes e peregrinaziones recivan caridad e ayuda, e los enfermos sean curados e hallen saludable descanso e mitigazión de sus travajos, acordaron de fundar e dotar una cassa y hospital en la dicha villa de Benavente, la cual comenzaron en el año de la encarnazión de nuestro Señor Jesuchristo de mill quinientos e diez y siete años y la acavaron en el año de mill quinientos e veinte".

La importancia de la Vía de la Plata, y en general, de todo el norte de la provincia de Zamora, en el contexto de las rutas jacobeas está documentada desde los primeros siglos medievales. La inexistencia en la villa de un centro específico para acoger a este volumen creciente de peregrinos debió mover a los condes a acometer esta fundación.

A todo este cúmulo de circunstancias y condicionantes cabe añadir, por último, una particular devoción de la familia Pimentel por la figura del apóstol peregrino, atestiguada desde los mismos inicios del condado. El propio conde fundador del hospital, Alonso Pimentel, fue caballero de la Orden de Santiago y tuvo a su cargo la Encomienda de Castrotorafe. De ello hay referencia en la propia carta fundacional: “E otrosí, renuncio todas e qualesquier leyes e fueros e derechos canónicos y reales, civiles y municipales e cualesquier escepciones e buenas razones de que me podría ayudar e aprobechar para hir o venir contra lo en esta carta contenido, e qualquier prebilegio que yo tenga como grande señor o caballero de armada caballería o de la orden del señor Santiago de espada o en otra cualquier manera”.

Fachada del Hospital de la Piedad, según una fotografía de principios del siglo XX

Fachada del Hospital de la Piedad, según una postal de hacia 1910

Patio del Hospital de la Piedad, según una postal de hacia 1910

Plaza de San Francisco con fachada del Hospital de la Piedad, según una postal de los años 50

martes, 3 de noviembre de 2009

Lefebvre prisionero en el Esla - II Centenario de la Guerra de la Independencia

Chronica Minora
La captura del general Charles Lefebvre-Desnouettes es, sin duda, el acontecimiento que mayor trascendencia tuvo de todos los episodios relacionados con la "Carrera de Benavente". La noticia fue difundida inmediatamente por el mando inglés, consciente de su efecto propagandístico y de su importancia para levantar la moral de una tropa que llevaba varios días desconcertada por su precipitada retirada. Lógicamente este asunto fue objeto de la máxima atención por parte de todos los observadores, y dejó su fiel reflejo en la documentación de los altos mandos y en los relatos de los diarios de los militares ingleses y franceses.

James Carrick Moore sitúa los acontecimientos en torno a las 9 de la mañana del día 29 de diciembre de 1808, antes incluso de que su hermano se hubiera puesto en movimiento en dirección a Astorga. Según este mismo testimonio el propio Lefebvre habría confesado y detallado a Sir John Moore sus planes una vez hecho prisionero.
Las informaciones de las que disponía el ejército británico eran que el día 28 el Emperador había pernoctado en Villalpando. Sin embargo, todo apunta a que en realidad pasó aquella noche en Valderas. De hecho, sus cartas de la jornada siguiente se fechan en Valderas, alguna de ellas redactada, sin duda, en las primeras horas del día. Desde aquí dio instrucciones a Lefebvre de intentar cruzar el Esla, pero sin comprometerse en un choque directo hasta que no llegaran los refuerzos correspondientes a un regimiento polaco. La orden del Emperador fue emitida probablemente en torno a las cinco de la mañana del 29 de diciembre, y en ella se especifica que no se debía "insistir si el puente estaba defendido por la infantería". Este dato coincide al pie de la letra con lo detallado por Napoleón en carta a su hermano José I: "Le había enviado en una misión de reconocimiento con un destacamento de cazadores de mi Guardia, recomendándole que no se comprometiera".
Existía, por tanto, un desfase de algunas horas entre la situación de Napoleón y Lefebvre, que avanzaban por el mismo camino y que habría de ser fatal para la suerte de este último. El oficial polaco Dezydery Chlapowski, ayudante de campo de Bonaparte en 1808, señala que Lefebvre salió con los cazadores de la guardia mucho antes que el Emperador, y antes también de que comenzara a caer con fuerza la lluvia, lo que le había alejado demasiado del grueso del ejército. Todos estos esfuerzos no tenían otra finalidad que permitir a la caballería cruzar el Esla lo antes posible, a fin de hacer un reconocimiento de las posibles rutas seguidas por el enemigo hacia Zamora y Benavente.
Con el puente destruido y sus ruinas defendidas por la retaguardia inglesa no quedaba otra solución que buscar vías alternativas que acabaran con este estratégico punto de resistencia. La infantería del 6º cuerpo fue enviada a Villafer, donde intentarían vadear el río, mientras que los jinetes harían lo propio en algún punto próximo a Castrogonzalo. Una vez sorteado el cauce del Esla, se dispondrían a reconocer el territorio en la otra orilla para descubrir si el enemigo se retiraba hacia Zamora o sobre Astorga.
Lefebvre llega al Esla y comprueba que junto al puente no hay más que piquetes de caballería, lo que le induce a pensar que los ingleses ya se han retirado de Benavente. Como el puente está impracticable busca, y encuentra, un vado a unos dos kilómetros aguas arriba, a la altura de Castrogonzalo, y con muchas dificultades, consigue vadear el río con toda su tropa, compuesta por unos 300 cazadores. La gran profundidad del vado elegido hace temeraria la empresa y obliga a los caballos prácticamente a nadar contra la corriente. Fernández Brime puntualiza que previamente, para comprobar la profundidad y la corriente, se había hecho atravesar el río a un paisano montado en una yegua.
Una vez cruzado el río, la avanzadilla francesa acometió a las escasas fuerzas que defendían la posición. La narración del Conde de Toreno resulta muy descriptiva de lo sucedido a continuación: "Cejaron estos al principio, excitando gran clamoreo las mujeres, rezagados y barajeros derramados por el llano que yace entre el Esla y Benavente. El general Stewart tomó luego el mando de los destacamentos ingleses, se le agregaron algunos caballos más y empezó a disputar el terreno a los franceses, que continuaron, sin embargo, en adelantar, hasta que Lord Paget, acudiendo con un regimiento de húsares, los obligó a repasar el río".
Matiza algunos de estos extremos James Carrick Moore. Los escuadrones fueron atacados por el brigadier Stewart, a la cabeza de unas patrullas del regimiento 18º y del 3º de dragones ligeros de la K.G.L. y fueron expulsados de nuevo por el vado: "Su coronel, un general de división llamado Lefebvre, fue cogido prisionero junto con 70 hombres entre soldados y oficiales". No informa de bajas o heridos, aunque reconoce que se luchó muy duramente y resalta que los ingleses estaban en franca inferioridad numérica.
Como cabía de esperar la versión de Napoleón es radicalmente distinta, según se expone en una carta de 31 de diciembre a José Bonaparte. Al cruzar el río a la altura de Benavente, Lefebvre se habría encontrado con 3.000 hombres de caballería inglesa contra los que cargó: "mató a muchos; se vio obligado a ceder porque eran superiores en número; pero al cruzar el río, estando su caballo herido, se ahogaba, cuando dos ingleses le salvaron. Este encuentro me ha costado unos sesenta hombres de mis cazadores, heridos, muertos o prisioneros Por la noche tenía 8.000 hombres de caballería en aquel mismo lugar; pero los ingleses estaban ya lejos". En carta a Josefina de ese mismo día cifra en 300 los cazadores franceses que participaron en la refriega. Dice que a la vuelta, fue herido el caballo de Lefebvre y se ahogaba, y la corriente le devolvía de nuevo a la orilla derecha del Esla donde estaban los ingleses. Desea feliz año y pide consuelo para la mujer del militar prisionero.
Con Lefebvre prisionero, sus tropas aturdidas y desorientadas intentaron repasar el Esla con aún mayores dificultades que en la intentona anterior, pues sus aguas habían vuelto a crecer en el intervalo. Su primera reacción, una vez alcanzada la orilla opuesta, fue la de intentar volver para rescatar a su jefe cautivo. Formaron para cargar de nuevo, pero los ingleses lograron situar rápidamente dos piezas de artillería ligera junto al puente, y con fuego de metralla dispersaron a los escuadrones franceses. En palabras del teniente Augustus Schaumann: "en verdad un cuadro digno de ser pasado a la posteridad por el pincel de un pintor de batallas como Lutherbourg o Bourgoin".
A la vista de la debacle, Napoleón intentó ofrecer a los ingleses un trato para el intercambio de prisioneros, y poder así recuperar a su antiguo ayuda de campo. Propuso al general en jefe enemigo cambiarlo por un oficial del mismo rango detenido en Francia, pero Moore no quería soltar una presa que le proporcionaba un trofeo ante la opinión pública británica. Fue tratado, eso sí, con todas las correcciones y distinciones propias de su rango.
Algunas horas después del incidente del Esla, bajo bandera blanca, llegaba el equipaje de Lefebvre. Esa misma noche pudo compadecer como comensal de honor a la mesa del mismísimo Moore, perfectamente ataviado con su reluciente uniforme de cazador. Su gesto era, sin embargo, apesadumbrado pues no hizo más que repetir durante la velada que Napoleón "nunca perdonaba a los desafortunados". Su anfitrión pensó entonces que lo más apropiado para levantar su ánimo sería hacerle firmar un documento en el que daba su palabra de no intentar escapar. Pero acabó siendo enviado a Londres, lo que aumentó la cólera del Corso.
Por su parte, Napoleón trató de quitarle importancia al acontecimiento, desvirtuando la labor hecha por los ingleses: "Los ingleses habían difundido en el país que habían batido a cinco mil hombres de caballería francesa sobre los bordes de Esla, y que el campo de batalla estaba cubierto de muertos. Los habitantes de Benavente se han sorprendido mucho, cuando visitando el campo de batalla, encontraron allí sólo tres ingleses y dos franceses. Este combate de cuatrocientos hombres contra dos mil, ha hecho mucho honor a los franceses. Las aguas del río habían aumentado durante todo el día el 29, de modo que a finales de la jornada el vado no era ya practicable. Ha sido en medio del río, y ante la posibilidad de ahogarse, cuando el general Lefebvre-Desnouettes que se ha sido lanzado por la corriente sobre la orilla ocupada por los Ingleses, ha sido apresado".

Circularon las más variopintas versiones acerca del nombre de los soldados británicos, y la unidad de pertenencia, que llevaron el honor de haber dado caza al Lefebvre. Los contradictorios rumores y comentarios difundidos entre la tropa son significativos de la gran importancia que se otorgaba a la gesta. Igualmente, los efectos personales de Lefebvre se convirtieron en un goloso botín de guerra, disputado por sus captores, fueran estos presuntos o reales.
Según el hermano de Moore, como el general francés se había visto obligado a entregar su espada al soldado que le capturó, John Moore le regaló un valioso sable de las Indias orientales. Schaumann señala a un soldado del 18 de Húsares, de nombre Grimsdales. Benjamín Harris alude dubitativamente a un tal Franklin del 10º de Húsares, que habría sido ascendido inmediatamente a sargento. Otra versión cita a un miembro de 3º de húsares que exhibía en el buque de regreso a Inglaterra, como botín, un estuche de munición y bandolera "con pesadas incrustaciones de plata". Para William Verner los responsables del apresamiento habrían sido un hombre de 7º y otro del 10 regimiento de húsares. El primero cogió su reloj y el segundo se hizo con sus pistolas. El propio Verner manifiesta haberse cruzado con Lefebvre, ya prisionero, cuando avanzaba a galope desde Benavente hacia la llanura del Esla: "vi a un oficial francés a cargo de algunos hombres que le llevaban a la ciudad; al cruzarnos sonrió: era el general Lefebvre".
Imágenes: 1. Sir John Moore, por Lawrence [c.1804]; 2. Puente de Castrogonzalo [Foto Rafael González]; 3. Napoleón Bonaparte cruzando los Alpes, por David [1801]; 4. Captura del general Lefebvre-Desnouettes, por Dighton y 5. Lord Paget, por George Dawe [c. 1817].

lunes, 19 de octubre de 2009

Castillos de España - El Castillo de Benavente en 1925

Grabado del Castillo de Benavente [1925]

La revista ilustrada "La Esfera" se publicó entre 1914 y 1931, siendo su primer director Francisco Verdugo Landi, responsable también, junto con su hermano Ricardo, de la fundación de la revista "Nuevo Mundo". Tenía su sede en la casa editorial de “Prensa Gráfica”, sita en el número 57 de la madrileña calle de Hermosilla. Su fructífera historia comprende un total de 889 números, más los ejemplares extraordinarios que se editaron sin numerar.

La revista, de espíritu modernista, ocupó un lugar relevante entre otras publicaciones de corte similar y de gran formato como la “Ilustración Española y Americana”, y otras más populares, aunque de menor calidad técnica, como “Blanco y Negro”, o la anteriormente citada “Nuevo Mundo”.

Siguiendo la estela de sus hermanas mayores, se trataba de una publicación periódica donde primaba el aparato gráfico, reproduciendo con altas calidades fotografías, carteles, cuadros y dibujos; siempre con preocupaciones artísticas y atendiendo a un interés divulgador entre el gran público.

En el número 619, correspondiente a la edición del 14 de noviembre de 1925, se publicó un artículo dedicado al Castillo de Benavente, dentro de la serie "Castillos de España". Para entonces apenas quedaba en pie más que el Torreón del Caracol y el primer cuerpo de la torre del homenaje, convertido en improvisado depósito de aguas. Acompañaba al texto una litografía de aire romántico, prácticamente idéntica a otra editada medio siglo antes en la obra "Castillos y tradiciones feudales de la Península Ibérica" (1870). El texto, firmado por A. de Tormes, es el siguiente:

Decir “Castillos de España” no es lo mismo que decir “castillos en España”. Lo primero es una cosa real -sólida, corpórea, aunque esté en ruina-, y además abundante. Lo segundo es una cosa vana, ilusoria e inasequible. El erudito hispanista francés M. Morel Fatio, muerto hace pocos meses, explicó en uno de sus últimos ensayos el origen y verdadero sentido de la frase “castillos en España”. Venían a tierras de Castilla, de Aragón, de Navarra, desde antes del siglo XII, numerosos caballeros franceses, como cruzados o como aventureros. Para premiar servicios, los reyes les otorgaban merced dándoles en feudo pueblos o territorios o señalándoles behetrías. Siempre contaban con un castillo. Lo difícil era hacer efectiva la posesión de ese don regio. Los territorios, con el castillo, habían vuelto a tomarlo los mahometanos; o los siervos habían elegido otro señor, o se negaban, en rebeldía, a cambiar de dueño. Tenían, por consiguiente, un título de propiedad ganado por la espada, pero fantástico e ilusorio. Estos caballeros, al volver a sus tierras de Francia, esperando, en vano, unas rentas que nadie había de enviarles, fueron quienes comenzaron a pronunciar por propia experiencia la frase “Castillos en España”, que como ustedes ven, no era completamente romántica.Pero este castillo de Benavente nunca ha sido un “chateau en Espagne”. Siempre tuvo su dueño legítimo, su propiedad efectiva. Y el problema era todo lo contrario. Para estos castillos lo ilusorio, fantástico e inasequible, durante muchos años, el señor. Castillos sin castellanos, pues éstos se limitaban a cobrar la renta desde la corte -o desde Biarritz o París-. Así fueron cayéndose y arruinándose los más soberbios testimonios del poder de la aristocracia en la Edad Media.

Cabecera de la revista "La Esfera

Página correspondiente al artículo sobre el Castillo de Benavente

Portada del número 619 de la revista

Hay una crónica manuscrita del doctor Ledo sobre la villa de Benavente -hallamos de ella referencia en el libro de Rizo—, según la cual no fundaron el castillo los caballeros Templarios, sino que estaba ya sobre el poblado desde época anterior, probablemente romana. “El castillo con dos torres, que sirvió de primera defensa a su población, fue demolido muchos años después de haberlo ocupado los sarracenos, como se nota en los cimientos que aún subsisten a la parte de Poniente.

La fortaleza que existe hoy fue fabricada después de la expulsión do los sarracenos y fundación de esta villa”. Se supone, lógicamente, que el actual está fundado sobre les cimientos del castillo antiguo, “ocupando el área que hoy se admira de seiscientos diez y ocho pies naturales, sobre una elevada planicie entre las últimas casas de la villa”. Pero ni el doctor Ledo, ni García del Real, que escribió para el libro “Historia de los castillos de España” una romántica monografía, recuerdan que Benavente esta al paso de la calzada romana, cerca de Brigecio -hoy Villabrázaro-, donde se dividía el camino, por la izquierda a Clunia, por la tierra de Campos, y por la derecha a Zamora -así consta en los itinerarios de don Eduardo Saavedra-. El pueblo, y lo que no es el pueblo, refiere casi todas las ruinas a la época de la dominación musulmana, y los romanos dominaron en esta zona mucho más tiempo que los árabes, dejando por lo tanto más hondas huellas de su paso. Esta tierra de vacceos, astures y vetones guarda muchas piedras que no pudieron remover los moros.

En el año 50, la época de las primeras guías por España -no hay que olvidar a Germond de Lavigne-, el castillo de Benavente estaba destrozado. Lo habían desmantelado los franceses en la invasión del año 8, llevándose hasta los hierros de las ventanas. Poro por las pendientes se extendían hermosos jardines y vergeles, un verdadero parque, propiedad del castillo. “La ciudad está bien construida -agregaba M. de Lavigne-. Las casas son cómodas y limpias; algunas están pintadas y la decoración a la moda es una imitación de mármol azulado con guirnaldas de cintas”. Entonces los edificios más notables de Benavente eran el palacio episcopal, una casa que acababa de construir el ex ministro D. Pío Pita Pizarro y las nuevas, Casas Consistoriales. No deja de consignar con cierta pompa sonora y verbal las grandezas de la casa de Osuna, heredera del título -y del castillo- de Benavente “por matrimonio de su única heredera con el noveno titular de este ilustre ducado: su excelencia D. Pedro de Alcántara Téllez de Girón y Pacheco, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, Benavides Carrillo, Silva y Mendoza, Pimentel de Quiñones Ponce de León, Aragón Rojas y Sandoval Enríquez de Ribera, Zúñiga, Cortés de Arellano...” Media historia de España... El poseedor de todos esos nombres magníficos era el duodécimo duque de Osuna.

Este hizo restaurar el castillo, interrumpiendo el largo período de desmoronamiento. Por el lado del Órbigo mejoró los jardines, hasta el hermoso paseo de la Mota, que admiró Napoleón. “Los soldados ingleses -dice Lafuente-, relajada su disciplina, sin que pudiera impedirlo el general Moore, cometieron lamentables excesos en Valderas y en Benavente, devastando en esta villa el hermoso y antiguo palacio de los condes y arruinando a su inmediación el puente de Castro Gonzalo sobre el Esla. Contra él y contra el marqués de la Romana fue Lefebvre, que cayó prisionero; pero luego acudieron Soult y el mismo Napoleón, que camino de Astorga pasó por Benavente el último día de diciembre de 1808, y tuvo ocasión de contemplar los destrozos causados en el castillo y de admirar desde él la vega del Orbigo”. Como se ve, no fueron sus soldados, sino los ingleses de Moore quienes hicieron aquí, como en Bembibre, en Villafranca y en otros pueblos de la región, excesos y estragos que la historia califica de abominables.

A. de Tormes

El Castillo de Benavente, según fotografía de los años 20